"El Evangelio Olvidado," el propósito detrás de todo.

Por esta causa te dejé en Creta, para que corrigieses lo deficiente, y establecieses ancianos en cada ciudad, así como yo te mandé; el que fuere irreprensible, marido de una sola mujer, y tenga hijos creyentes que no estén acusados de disolución ni de rebeldía. Porque es necesario que el obispo sea irreprensible, como administrador de Dios; no soberbio, no iracundo, no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino hospedador, amante de lo bueno, sobrio, justo, santo, dueño de sí mismo, retenedor de la palabra fiel tal como ha sido enseñada, para que también pueda exhortar con sana enseñanza y convencer a los que contradicen" (Tito 1:5-11).
Al responder a la pregunta de "¿Por qué escribiste tu libro?", debo comenzar con la situación que, años atrás, me impulsó a abandonar todos los temas de predicación que abundaban en mis enseñanzas, y volverme a las bases puras del Evangelio de Jesucristo.
Antes de comenzar a escribir, este proyecto ya había estado en mi corazón por algo así como cinco años (si mal no lo recuerdo), y siempre decidía que yo no sería la persona que escribiese estas cosas otra vez: "Tienen la Biblia, que la lean y ya," era siempre mi respuesta. Sin embargo, cada vez que yo era invitado a enseñar, o a predicar, la labor me resultaba interminable. Un vacío llenaba mi corazón, al ver que muchísima gente no había entendido las verdades más fundamentales de la fe. Y cada vez que me tocaba enseñar, caía sobre mi la abrumante necesidad de "explicarles todo lo que no saben, pues no saben que aun están caminando hacia la perdición, a pesar de estar en la iglesia."
Recuerdo veces que, luego de terminar una enseñanza (que probablemente hubiese durado 45 minutos), debía quedarme unas dos horas más (y a veces más) con grupos de ávidos creyentes, que no me dejaban ir hasta que les respondiese un sin fin de preguntas que mis enseñanzas les producían. Y si bien me era un tremendo gozo el poder sentarme, Biblia en mano, y abrir el mapa delante de ellos, ensalzando las grandezas de Dios; me abrumaba el sentir de que hay millones en esta tierra, que creen haber creído en Cristo, y que sin embargo no han entendido ni el ABC de lo que la Biblia dice de ellos.
De modo que la carga de dejar por escrito todas estas cosas que veía ausentes en las mentes y corazones de tantos ávidos y devotos feligreses, se agravó hasta el punto en que Dios finalmente puso en mi corazón todo el hilo de la enseñanza que yo debería abordar. Y así me evoqué a la escritura.
Escribí incansablemente. Día y noche. En medio de la quietud y en medio del caos. En casa, en la calle, en el transporte público, en el trabajo. Tantos eran los contenidos que debía cubrir, y tanto me trastornaba el pensar que tantísima gente no haya comprendido este camino de vida, que la carga no me dejaba dormir.
Y así continué escribiendo, hasta que sentí de parte del Espíritu Santo, que la obra estaba concluida. Y cuál no fue mi asombro, al descubrir que la palabra de Dios me hablaba a mi mismo, a medida que yo iba releyendo todo lo escrito.
De modo que este proyecto es un desborde de mi amor por aquella vieja historia, que parece al repetirla más dulce cada vez. Aquella vieja historia que muchos no han oido, y que deseo referirles: que por hacerles salvos, el buen Jesús murió. Aquella vieja historia que, incluso aquellos que la sabemos bien, no nos cansamos de oír, y no nos cansamos de contar a otros. Aquella vieja historia que derrumba mi orgullo, desmorona mi arrogancia, humilla mi humanidad, la ata al paragolpes del poderoso tren de Su salvación, y la lleva a rastras por millas y millas, hasta que todo intento de vanagloria haya sido destruido, despedazado, y los restos devorados por los perros. Aquella vieja historia que sacia mi ansiedad una y otra vez.
LA FALTA DEL EVANGELIO EN NUESTROS PÚLPITOS
Abriré esta sección con la siguiente declaración: Mientras más nos acerquemos a la recta final, más veremos el liderazgo de la Iglesia corrompido; y cuando el liderazgo se corrompe, poca esperanza queda para el pueblo.
Cuando la verdad del Evangelio de Jesucristo cae en manos de hombres indignos, que desean las ganancias materiales en vez de la gloria eterna de Dios; y la revelación divina cae en manos de mayordomos infieles, que buscan su propia exaltación, en vez de abrazar con humildad la cruz de Cristo; y la Palabra de vida pierde su atractivo a ojos de los pastores de la grey, y es cambiada por doctrinas mundanas, que solo entretienen a un pueblo carnal, y no alimentan al rebaño de Jesucristo; y cuando aquellos en autoridad están tan enfocados en edificar sus propios reinos, que ya no enarbolan la bandera de Jesucristo, ¿qué esperanza queda para el mundo?
¿Qué esperanza queda para el hombre perdido, cuando hambriento por oír la Palabra de Dios, viene a la Iglesia, y en vez de recibir el Evangelio que tanto necesita, recibe fábulas, historias emotivas, pactos económicos, y palabras que engrandecen al hombre, en vez de oír del temor de Jehová, que es el comienzo de toda sabiduría? (Salmo 111:10, Proverbios 1:7, Proverbios 9:10)
¿O qué le damos al pecador cuando, con alma sedienta de oír noticias que cambien su vida, entra a lo que debería ser la casa de Dios, y encuentra paganismo en vez de presencia divina? (Jeremías 2:8)
¿Qué alternativa de salvación podremos darle al hijo de Adán, nacido enemigo de Dios, cuando en agonía por que Dios le hable, entra a nuestros templos, en busca de siervos de Dios, y en cambio hallan "apóstoles" y "profetas" que predican "paz, paz" cuando no hay paz? (Salmo 51:5; Isaías 48:22, 57:21; Jeremías 6:14, 8:11)
PÚLPITOS SIN EVANGELIO
En esta época que debemos enfrentar, desafortunadamente el Evangelio de Jesucristo ya no es el tema principal de la Iglesia.
Pues han habido otros temas, que a muchos ministros modernos les ha placido predicar y enseñar, que no solamente han debilitado la fe de la Iglesia en general, por causa de la ignorancia que han desparramado en nuestros templos, sino que también han logrado despertar un hambre de cosas carnales, triviales, superficiales y sin importancia eterna, en muchos feligreses no convertidos, que no pertenecen al cuerpo de Cristo, pero que están en la Iglesia y desean ciertas cosas, para poder sentirse cómodos en su vida de pecado. Mientras tanto, la verdadera Iglesia de Cristo languidece por falta de Palabra de Dios.
En estos tiempos, parecería que el Evangelio de Jesucristo puede ser reducido a un curso de bautismo, donde las verdades primordiales de la fe cristiana se les presentan rápidamente a aquellos que pasarán por las aguas bautismales, y luego de eso, se puede proceder a hablar de otras cosas que son más interesantes y atractivas, y el Evangelio queda como olvidado en un cajón, mientras la Iglesia avanza en su ignorancia de las cosas de Dios, a pesar de creerse sabia.
Es como que se da por sentado que ya hemos entendido el Evangelio, y ahora podemos pasar a aprender cosas nuevas, olvidando que no hay nada más, en la vida del cristiano, de lo que valga la pena hablar, pensar y meditar; y que no hay nada más, en la vida del cristiano, por lo que valga la pena vivir y morir, fuera del Evangelio y sus verdades principales. Pues el Evangelio es lo único que tiene el poder, conferido por Dios, para cambiar al mundo y trastornarlo, ya que Dios ha decidido, más aún, le ha placido salvar al pecador por la locura de la predicación del Evangelio de Cristo (Hechos 17:6; 1 Corintios 1:21).
La atrocidad más grande que se comete hoy en tantas iglesias, es el privar a la gente de las verdades básicas del Evangelio, las cuales deberían convertirse en los mismos ladrillos, paredes, sí, hasta el mismo cimiento de toda nuestra vida, luego de haber profesado fe en Jesucristo.
La vida del cristiano no se limita a ser parte de una iglesia. Y aunque sé que pocos argumentarían en contra de esta premisa, es necesario recordar entonces, qué significa ser cristiano.
La palabra cristiano fue un término que se le dio a los seguidores de Cristo por primera vez en la ciudad de Antioquía, a modo de apodo derogatorio, que en su traducción literal, significa "pequeño Cristo" (Hechos 11:26).
La razón por la que estos hombres y mujeres, hermanos nuestros de antaño, fueron apodados con ese nombre, fue porque la sociedad veía en ellos a un pueblo de perdidos pecadores, en nada diferentes al resto, que en un momento determinado de sus vidas, le habían dicho "no" al mundo, y habían recibido la verdad y hasta el escándalo del Evangelio, y se habían abrazado de Jesucristo; y sus vidas eran un testimonio viviente del poder transformador de las buenas nuevas del Hijo de Dios.
El término cristiano, entonces, no era simplemente un nombre para catalogar, de alguna manera, a esta nueva fe que nacía en Jerusalén y Asia Menor, sino que era una palabra que los describía como fanáticos, como locos, y hasta raros.
No obstante, esto no era un insulto para ellos, sino que los creyentes abrazaron ese nombre, pues para ellos, Cristo lo era todo. Cristo se había convertido en el centro de sus vidas, el núcleo mismo de su cosmovisión, la ley por la que regían sus acciones, su única esperanza de vida eterna, en fin, no había nada para ellos en este mundo, fuera de Cristo. Esto es lo que significaba, para ellos, ser Cristiano. Y esto es lo que significa ser Cristiano hoy.
Más aun, pues si hemos de pararnos bajo el estandarte de evangélicos, debemos elevar más la regla con la que nos medimos: No solamente que la persona de Jesucristo debe ser nuestro centro, y el núcleo en torno al cual todos los demás aspectos de nuestra vida giran, sino que el mismo Evangelio de Jesucristo debe ser el tema principal de nuestra conversación y el lema de toda nuestra predicación.
Si hemos de ser evangélicos debería ser por la realidad de que en nuestras vidas, el Evangelio es algo que no se negocia, que jamás se convierte en un tema "de segunda," que jamás pasa de moda, y que jamás queda relegado a un lugar de menor importancia que cuando creímos, sino que las verdades centrales del Evangelio solo se vuelven más y más necesarias e imprescindibles para nuestras vidas, a medida que las entendemos con más claridad, pues "la senda de los justos es como la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto" (Proverbios 4:18).
Cuando alguien nos pregunta sobre nuestros anhelos, el llegar a un entendimiento más profundo del Evangelio de Jesucristo debería ser nuestro único anhelo; cuando alguien nos pregunta sobre nuestra esperanza futura, la promesa del Evangelio debería ser nuestra única respuesta; cuando alguien nos pregunta sobre nuestra fe, el Evangelio de Jesucristo debería ser el principio, el desenlace y el final de toda nuestra fe. A saber: que siendo yo de todos los pecadores el peor, Jesucristo se entregó por mí, y absorbió por completo la ira de Dios que estaba reservada para mí, que Él bebió todo mi infierno, y que Él sufrió toda mi condenación, para saldar completamente mi deuda eterna delante del Juez de toda la tierra. Y que habiendo muerto como propiciación por mis pecados, al tercer día se levantó de entre los muertos, proclamando a huestes y potestades, que el sacrificio había sido aceptado, y que la deuda había sido cancelada, de una vez y para siempre.
El Evangelio de Jesucristo no se limita a ciertas verdades básicas que aprendemos cuando comenzamos en nuestro andar de fe, ni a un curso introductorio que se nos dio cuando llegamos a la Iglesia, sino que el Evangelio debería ser toda nuestra ambición, toda nuestra vocación, y nuestra única razón de ser.
Quite el Evangelio de la Biblia, y no tiene más Cristianismo. Quite el Evangelio de la Biblia, y el cristiano evangélico es de todos la persona más miserable del mundo, "porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe. Y somos hallados falsos testigos de Dios; porque hemos testificado de Dios que él resucitó a Cristo, al cual no resucitó, si en verdad los muertos no resucitan. "Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados. Entonces también los que durmieron en Cristo perecieron. Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres" (1 Corintios 15:13-19).
Como lo dijo el hermano Paul Washer:
Uno de los crímenes más grandes cometidos por la presente generación de Cristianos es la negación del evangelio, y es de esta negación que todas nuestras maldades florecen. El mundo perdido no se encuentra tan endurecido al evangelio, como se encuentra ignorante del evangelio, porque muchos de aquellos que proclaman el evangelio son ignorantes de sus verdades más básicas. Los temas esenciales que forman el núcleo mismo del evangelio-la justicia de Dios, la depravación radical del hombre, la expiación por la sangre, la naturaleza de la verdadera conversión, y la base bíblica de la seguridad de la salvación-se han ausentado de tantos de nuestros púlpitos. Las iglesias reducen el mensaje del evangelio a un puñado de meras declaraciones y credos, enseñan que la conversión es una decisión meramente humana, y declaran seguridad de salvación sobre cualquiera que haya hecho la oración del pecador (Paul Washer, The Gospel's Power and Message, Grand Rapids, Michigan, Reformation Heritage Books, 2012 p. Series Preface: Recovering the Gospel, p. ix).
MI PUEBLO PERECIÓ, PORQUE LE FALTÓ CONOCIMIENTO
El resultado de la falta de Evangelio en el púlpito tiene alcances más nefastos que los que hoy podemos pensar. En primer lugar, la Iglesia se debilita más y más por falta de conocimiento (Oseas 4:6). Pues la Iglesia no puede vivir sin la doctrina de Jesucristo. La Iglesia no puede pretender conocer a Dios, sin pasar largo tiempo en arduo estudio de los atributos de Dios-a saber, ¿cómo puede un Dios justo perdonar al impío y seguir siendo justo, y cómo puede un Dios santo llamar al pecador a la comunión sin profanar su santidad? (Proverbios 17:15; Romanos 3:24-26)
Si fallamos en comprender estas y tantas otras verdades fundamentales de la Biblia, no podremos jamás comprender el Evangelio, y si no comprendemos el Evangelio, no somos evangélicos.
Pero cuando logramos dar una respuesta bíblica a estos y tantos otros misterios del Evangelio de Cristo, nuestros ojos habrán podido contemplar, aunque sea un poco de la grandeza de Dios, y tal contemplación cambia la vida de la persona para siempre. Los Puritanos dedicaban sus vidas a responder estas preguntas y al estudio y la contemplación de la persona de Dios en las Escrituras. Cómo es que hoy pensamos que podemos vivir la vida cristiana sin esas ansias de búsqueda de Dios, está más allá de mí.
En segundo lugar, la Iglesia no puede hacer evangelismo, sin una insaciable sed del conocimiento de las verdades centrales del Evangelio (Salmo 42:1-2, 119:130). La Iglesia no puede hacer misiones, sin un hambre constante de la verdad de Dios revelada en las Escrituras (Salmo 51:10-13). La Iglesia no puede ministrar al mundo perdido, a no ser que primero haya sido transformada por el poder del Evangelio. Es decir, la Iglesia no puede ser Iglesia sin un conocimiento vivo y práctico del Evangelio de Jesucristo (Mateo 5:13). Pues es por el Evangelio que el pecador halla salvación, es el poder del Evangelio que alimenta al alma sedienta, y es la Palabra de Dios que edifica a la Iglesia, de modo tal que las puertas del Hades no prevalezcan contra ella (Romanos 1:16; Deuteronomio 8:3, Mateo 4:4, Lucas 4:4; Mateo 16:18).
En tercer lugar, por la ausencia del Evangelio en nuestros púlpitos, se vuelve realidad lo que Daniel profetizó milenios atrás, cuando dijo, hablando de la humanidad, que "correrán de un lado a otro," a medida que la ciencia avance, en busca de la verdad. Es evidente que si la gente debe correr de un lado a otro, en busca de verdad, en medio de un mundo que avanza en el conocimiento de todo aquello que no edifica, como lo es la falsamente llamada ciencia, es porque la verdad que el mundo desesperadamente necesita escuchar, ya no está al alcance de todos, sino que incluso aquellos lugares que enarbolan la cruz y dicen predicar "la verdad," están tan carentes de la misma como el resto del mundo (Daniel 12:4; 1 Timoteo 6:20).
El profeta Amós dijo "He aquí vienen días, dice Jehová el Señor, en los cuales enviaré hambre a la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la palabra de Jehová. E irán errantes de mar a mar; desde el norte hasta el oriente discurrirán buscando palabra de Jehová, y no la hallarán." (Amós 8:11-12)
Me duele en el alma decir que hemos llegado a esos días. La Biblia está al alcance de todo el mundo. Los templos se erigen en todas partes. Parece que no hay lugar en donde el mensaje no haya sido pregonado. Sin embargo la ignorancia de las buenas nuevas hoy, es más fuerte que nunca. Y la razón de esta ignorancia universal, es que la Iglesia se ha desviado del Evangelio que nos fue conferido predicar, y un preocupante número de nuestros pastores y líderes, han preferido predicar cosas que no convienen, en vez de predicar la verdad de Cristo.
EL EVANGELIO OLVIDADO
Abordando nuevamente el tema principal que dio motivo a esta disertación, El Evangelio Olvidado trata justamente con las doctrinas fundamentales del cristianismo. Este no es un libro de profecías, ni de revelaciones modernas, ni de buena onda, sino que es un libro en donde se escudriña meticulosamente la realidad del hombre como pecador, la necesidad de la regeneración, la soberanía de Dios en la elección, la evidencia de la salvación y la promesa de la preservación de los santos, y glorificación final de los justos.
¿Por qué estas y no otras doctrinas? ¿Por qué revisitar estos temas, y no otros? Pues bien, aunque creo que la razón está implícita en la denuncia que he detallado brevemente arriba, me parece importante declarar la intención detrás de este material. Pues es una realidad conocida por todos que, en nuestros días, no hay necesidad de más literatura cristiana, como tampoco hay necesidad de más maestros. Basta con acudir a una librería cristiana, para poder percibir la abrumante cantidad de escritos que salen continuamente, intentando traer algo nuevo, algo fresco, algo que la gente "todavía no sepa." En los paneles de nuestros ministerios, abundan los nombres de autoridad. Abundan los ministros, coordinadores, pastores, profetas, salmistas, y tantos otros nombres que hoy se ven. De modo que, sinceramente, no creo que haya necesidad de más maestros, ni de más literatura.
No obstante, dado el evidente el robo más grande de la historia --a saber: el arrebatamiento de las verdades del Evangelio de nuestras iglesias-- me ha parecido de suma urgencia el detallar los pilares de nuestra fe, de una forma viva, simple de entender, fácil de captar por cualquier lector; que apunte a la realidad de la Argentina de hoy, y que lidie con los temas que más foráneos suenan a los oídos de muchos cristianos modernos.
Repetidas veces ya, luego de alguna predicación en algún lugar, he recibido comentarios que me asombraron. Uno que ha quedado vivo en mi memoria, fue hace un par de meses, cuando prediqué, en una iglesia internacional, sobre la evidencia de la salvación (un tema que este libro explica en detalle). Al terminar la predicación, se me acerca el hijo de un pastor misionero, y me dice: "Jamás había escuchado esto. Esto para mí es una novedad." Y esto no es un hecho aislado, sino que según observo, se ha vuelto la regla general de nuestra sociedad evangélica.
Ahora bien, "El Evangelio Olvidado" no es un libro que le vaya a responder todas las preguntas doctrinales que usted pueda tener. No fue mi intención siquiera exponer de la manera más completa las doctrinas que sí explico (pues de querer hacerlo así, probablemente el libro debería ser el doble de largo). Sino que mi intención fue despertar en el lector el hambre de meterse en la Biblia y seguir buscando, hasta haber encontrado a Cristo en Su plenitud.
El Evangelio Olvidado es una muy buena herramienta para aquellos que anhelan comprender el Evangelio en su totalidad. Pero al mismo tiempo, es un libro que producirá hambre en el lector. Hambre de la Palabra de Dios. No es mi intención explicarle el Evangelio sin que usted tenga que levantar una Biblia jamás (como algunos han tratado de hacer). Sino que es un libro que indudablemente lo dirigirá a la Biblia con frecuencia. Si eso sucede, el autor habrá logrado su cometido.
Toda la evidencia bíblica presentada en este material será de gran ayuda para direccionar la búsqueda personal de todo hijo de Dios, de una manera metódica y completa. Mi deseo es que este libro pueda presentarle a usted la verdad del Evangelio tan claramente, que usted pueda seguir encontrando estas verdades repetidas en cada página de la Biblia; para que descubra así que realmente no hay otro mensaje en la Biblia digno de predicar, digno de oír, digno de enseñar, fuera del Evangelio de Jesucristo, salvador nuestro.