El Plan de Salvación

Bendito sea el DIOS y Padre de nuestro Señor JESUCRISTO, quien nos bendijo en los celestiales con toda bendición espiritual en CRISTO, según nos escogió en Él antes de la fundación del mundo, para ser santos y sin mancha delante de Él en amor, cuando nos predestinó para adopción para sí mismo por medio de JESUCRISTO, según la complacencia de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, que nos concedió gratuitamente en el Amado (Efesios 1:3-6).
INTRODUCCIÓN:
Al referirse al pueblo de Dios -el pueblo que Dios escogió para sí mismo- la Biblia habla en términos muy puntuales. La Biblia nunca se refiere al pueblo de Dios como algo vago, general; o como a un pueblo que Dios no conoce, y que va conociendo a medida que van llegando a Él. Sino que el pueblo de Dios le pertenece a Dios desde su nacimiento. La Biblia relata el ministerio del profeta Jeremías, y cuando Dios llama al profeta, lo llama diciendo estas palabras:
Antes que te formara en el vientre te conocí, y antes que salieras de la matriz te consagré, te di por profeta a las naciones (Jeremías 1:5).
De modo que Dios pensó en ti desde el momento que te formó. El salmista David lo declara diciendo así:
Tus ojos veían mi embrión, todos mis días fueron trazados, y se escribieron en tu rollo (Salmo 139:16).
Todos los hijos de Adán fueron creados con un propósito. Nuestros días están contados, nuestros caminos ya fueron trazados. Antes de que tú nacieras, Dios ya había planeado tu vida.
Y esto era necesario si, como la Biblia dice, Dios habría de bendecirnos en Cristo Jesús desde antes de la fundación del mundo.
Jesús mismo dijo que aquellos que son salvados, son salvados conforme a un plan, y no al azar. Es decir: solo aquellos sobre quienes el Padre ha determinado manifestarse, serán salvados por Cristo Jesús; el resto no. Pues, como leímos al principio, el pueblo de Dios fue escogido en Cristo (es decir, para redención por su sangre), desde antes de la fundación del mundo.
Mucho antes de que tu y yo caminásemos en esta tierra, mucho antes de que hubiese vida en este planeta, muchísimo antes de que existiese el tiempo y el espacio, Dios ya te había conocido, y te había escogido para salvación en Cristo Jesús.
Y para salvarte y glorificarte con Él en los cielos, Dios había tramado un plan maravilloso, que te prepararía para estar con Él.
Jesús dice en el evangelio según San Juan:
Todo lo que el Padre me da, vendrá a Mí; y al que a Mí viene, de ningún modo lo echo fuera, pues he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Y esta es la voluntad del que me envió: que de todo lo que me ha dado no pierda nada, sino que lo resucite en el día postrero (Juan 6:37-39).
Este pasaje es importantísimo, porque describe con lujo de detalles el plan eterno del Padre para contigo. En primer lugar, para que tú pudieses ser salvo, el Padre primero te encomendó a su Hijo. ¿Por qué esto es importante? Porque esto demuestra una obra personal sobre cada redimido. Dios no le encomendó a Cristo salvar a toda la humanidad. Eso no es lo que la Biblia dice. Sino que dice que todos los que el Padre le da al Hijo para salvar, vienen a Cristo y son salvos. Si no todos vienen a Cristo para ser salvos, significa que no todos han sido escogidos para salvación. Si alguien no viene a Cristo, es porque el Padre no lo puso en las manos de Cristo para salvar, pues todos los que el Padre ha decidido salvar, indudablemente vienen.
Segundo, que si el Padre te ha traído a Jesucristo, tu salvación no fallará en concretarse en los cielos. Si el Padre te puso en las manos de Cristo para salvar, no hay debilidad humana, no hay diablo, no hay imperfección, no hay caída que pueda arrebatarte de la mano del Padre. Si el Padre te trajo a Cristo, Él te mantendrá hasta el final. ¿Cómo sabemos esto? Porque Jesús dijo: "he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Y esta es la voluntad del que me envió: que de todo lo que me ha dado no pierda nada, sino que lo resucite en el día postrero."
De modo que hay dos aspectos importantísimos que debes entender sobre el plan de Dios para tu vida, y son estos: El primer aspecto es este: que solamente aquellos que son dados a Cristo por el Padre, serán salvados. Así que si verdaderamente estás en Cristo, lo estás porque el Padre te trajo a Cristo. Es más, si el Padre no hubiese hecho esa obra en ti, tú serías absolutamente incapaz de venir a Cristo. ¿Cómo sabemos esto? Pues porque la Biblia dice: "Ninguno puede venir a Mí si el Padre que me envió no lo arrastra. Y Yo lo resucitaré en el día postrero." (Juan 6:44)
La voluntad del hombre, vendida al pecado desde su nacimiento, debe ser cambiada para que la persona desee venir a Dios. El hombre odia a Dios por naturaleza. Y para que el hombre pueda ser traído a Cristo, el corazón mismo debe ser cambiado. Esta obra se asemeja a alguien arrastrando a su hijo para alejarlo del peligro, aunque su hijo quiere seguir jugando con el fuego porque le parece entretenido.
El segundo aspecto es este: que todos aquellos que el Padre entrega en manos de Cristo, indudablemente son salvados, pues el texto dice que todos los que son dados al Hijo son resucitados en gloria en el día postrero. O sea, ninguno se queda en el camino, ninguno falla, ninguno cae para no levantarse otra vez... Todos los que el Padre conoció desde antes de la fundación del mundo, son dados a Cristo para salvar, y todos a los que Cristo recibe, los salva, los santifica, los guarda, los mantiene salvos hasta el final.
LA DEPRAVACIÓN TOTAL DEL HOMBRE
Ahora, la razón de este plan divino tan minucioso, y tan extremo, es que Dios es santo, y sin embargo, tú y yo somos por naturaleza hijos de desobediencia.
Dios es santo, apartado del pecado, apartado de todo lo que no sea santo. Y porque Dios es santo, Dios aborrece el pecado. Y como si eso no fuese lo suficientemente alarmante, Dios es justo. Dios no deja al inocente sin castigo. Y eso pone a toda la humanidad en jaque delante de Dios. Pues el ser humano, nacido en pecado, carga con el estigma del pecado desde el momento de su concepción. Usted fue concebido en pecado. Usted nació en iniquidad. La Biblia dice:
He aquí, en maldad fui formado, y en pecado me concibió mi madre (Salmo 51:5)
El alcance de este pecado es tan absoluto, que a medida vamos madurando y creciendo en entendimiento y en capacidad física, nuestro pecado se hace más y más evidente. El problema no es solamente que usted fue heredero del pecado de Adán, sino que toda su existencia ha sido constante pecado.
Y vio Adonai Elohim que la maldad del hombre había sido multiplicada en la tierra, y su corazón maquinaba de continuo solo el mal (Génesis 6:5).
Esta fue la razón del diluvio: Dios vio a la humanidad que Él había creado, arremetiendo contra todo lo santo, todo lo bueno, todo lo puro, y pronunciándose enemigos de Dios, desde el más anciano hasta el más pequeño. Y por eso, Dios manda el diluvio.
Sin embargo, aunque el diluvio mostró el juicio de Dios, y demostró la opinión de Dios contra el pecado, el diluvio no había erradicado el pecado del hombre. Era imposible erradicar el pecado sin exterminar a todo ser humano. De modo que después del diluvio Dios dice:
La mente del hombre se inclina al mal desde su juventud (Génesis 8:21).
Este es usted. Desde su juventud, su mente lo traiciona, lo tienta, lo atrae al pecado más y más; demostrando día a día, minuto a minuto, que usted es, por naturaleza, un enemigo de Dios.
Ahora, este es el predicamento en que todo ser humano nace: nacemos enemigos de Dios, por lo tanto odiamos a Dios. Nacemos hijos de desobediencia, y por lo tanto somos objetos de su ira. Nacemos malvados por naturaleza, y por lo tanto, somos objetos del odio de Dios. Como está escrito:
El Señor prueba al justo, pero su alma aborrece al malvado (Salmo 11:5).
Y ya sabemos que "todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios." (Romanos 3:23) De modo que "no hay justo, ni siquiera uno." (Romanos 3:10-18) De mood que todo ser humano nace siendo objeto del odio, la ira y el juicio de Dios.
LA SOLUCIÓN DE DIOS
Sin embargo, a pesar de todo esto, Efesios declara acerca de nosotros que "Dios nos bendijo en los lugares celestiales con toda bendición espiritual en CRISTO, según nos escogió en Él antes de la fundación del mundo, para ser santos y sin mancha delante de Él."
Así que pese a la maldad que naturalmente plaga el corazón de todo ser humano, Dios pensó en ti y en mí con pensamientos de bondad. Dios trazó para ti y para mí un plan de bendición eterna, que no fallaría en cumplirse. Y para cumplir ese plan, Dios pagó un precio muy pero muy alto: la vida de su propio Hijo.
Para garantizar que sus planes se cumpliesen sin falla, Dios pagó de antemano el precio de todos los pecados de todos sus escogidos. Dios no podía simplemente amarte, y mostrarte su bondad, y ofrecerte salvación sin primero lidiar con tu pecado.
Y la paga del pecado es muerte absoluta y completa, sin una segunda oportunidad de nada. La paga del pecado es la condenación eterna, pues el pecado es un acto directo de rebelión contra la mismísima santidad de Dios.
De modo que, para que los planes de bendición que Dios trazó para tu vida pudiesen llevarse a cabo, Dios debía primero castigar tus pecados en alguien más. Dios no podía simplemente mirar para otro lado, y pretender que tus pecados desaparecieran. Dios no podía ignorar la ofensa. Porque Dios es justo, y porque "El que justifica al impío, y el que condena al justo, ambos igualmente son abominación a YHVH." (Proverbios 17:15) Dios no podía fallar a su propia justicia. Dios es santo, y tu pecado ofendía a Dios. Y porque Dios es justo, la ofensa debía ser condenado. Los pecados debían ser castigados.
Por lo que está escrito:
Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros llegáramos a ser justicia de DIOS en Él (2 Corintios 5:21).
El mensaje del evangelio es este: que Dios tomó a Jesucristo, el único inocente, el único obediente, el único que amó a Dios con todo su corazón, con toda su alma, con toda su mente y con todas sus fuerzas todos los días de su vida, y lo condenó en tu lugar, y lo trató como si Él fuese el único culpable, para que tú y yo, culpables de nacimiento, pudiésemos ser justificados ante Dios, y ser tratados como justos, aunque no lo somos.
TU VIDA DESDE LA PERSPECTIVA DE DIOS
Ahora, si vamos a comprender la obra de Dios al salvarnos, debemos hacerlo desde la premisa de su bondad para con su pueblo. Y dado a que toda la obra de Dios por sus escogidos toma lugar en un contexto de total depravación y muerte espiritual, en la cual todos nacemos, la obra de Dios siempre se manifiesta a sus escogidos para salvación.
Es importante comprender esto: no hay otro mensaje en la Biblia para el pueblo de Dios, aparte del mensaje de salvación. La Biblia no es un libro de donde usted obtendrá secretos para enriquecerse. La Biblia no es un libro de donde usted obtendrá una mejor vida, por seguir ciertos principios espirituales. La Biblia no promete el total bienestar de los escogidos. Es más, Jesús mismo dijo: "En el mundo tenéis aflicción, pero confiad, Yo he vencido al mundo." (Juan 16:33)
La Biblia sí promete que los escogidos serán guardados del mal, cómo está escrito:
No temerás el terror nocturno, ni saeta que vuele de día, ni pestilencia que ande en oscuridad, ni mortandad que en medio del día destruya. Caerán a tu lado mil, y diez mil a tu diestra, pero a ti no llegará (Salmo 91:5-7).
Es decir, el cristiano experimentará la misma tribulación que azota al mundo, con la diferencia de que el hijo de Dios es guardado (no quitado) durante la hora de la adversidad.
La Biblia también nos promete que todo lo que los escogidos experimentan (tanto lo bueno, como lo malo) serán herramientas por las cuales Dios purificará a los suyos, preparándolos para el cielo. Como está también escrito:
Y sabemos que a los que aman a DIOS, todas las cosas ayudan para bien, a los que son llamados conforme a su propósito. Porque los que antes escogió, también los predestinó a ser conformados a la imagen de su Hijo, a fin de ser Él, primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a estos también llamó; y a los que llamó, a estos también declaró justos; y a los que declaró justos, a estos también glorificó (Romanos 8:28-30).
Aquí se describe todo el proceso de salvación: desde la elección (cuando Dios, antes de la fundación del mundo, escoge a los suyos), hasta la glorificación final (el proceso ya completo, el plan consumado, en el que la novia es unida al Amado, santa, pura y sin mancha, en los cielos).
Aquí se nos muestra toda la vida del cristiano desde la perspectiva de Dios. Dios escoge, y a los que Dios escoge, los predestina para una vida de fe, y a los que predestina, los llama, los justifica, los santifica y los sigue santificando hasta el día de Cristo.
De modo que, todo lo que pasa en nuestras vidas, tanto lo bueno como lo malo, responde a un plan. El plan es este: que los escogidos sean absolutamente transformados en la imagen de Jesucristo. Dios no se conformaba conque un día usted escuche la Palabra de Dios, y le acepte, sino que Él había previsto, en su gran misericordia, todo lo que sería necesario para que usted, un enemigo innato de Dios, fuese regenerado, sellado con el Espíritu, y transformado por la Palabra, hasta que Cristo Jesús brille en usted. Como escribe Pablo a los corintios:
Pero nosotros todos, con rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, vamos siendo transfigurados por el Espíritu, de gloria en gloria, en la imagen misma del Señor (2 Corintios 3:18).
La Biblia no previó jamás una vida cristiana estancada, en la que uno viene a la iglesia, forma parte de los cultos, conoce algunos versículos, de vez en cuando ora antes de comer, lee la Biblia cuando el pastor predica, y ya. Sino que la vida cristiana que Dios previó para su pueblo (y la que Dios garantiza que todo hijo suyo tendrá) es semejante a uno que se para frente a un espejo, y se mira a sí mismo, y puede vislumbrar rastros vagos de Jesucristo en él. Es casi imperceptible, pero allí en el fondo de la imagen, se ve una pizca del Señor. Pero a medida que la persona permanece frente al espejo que es la Palabra de Dios, la imagen propia va siendo transformada paulatinamente en esa imagen de Cristo que, en un principio, parecía una sombra. Y la persona continúa siendo transformada, hasta que, al mirarse en el espejo de la Palabra de Dios, ya no se ve a sí mismo, sino que ve a Cristo.
Ese es el plan de Dios para sus escogidos. Nada menos. Y Dios no falla en hacer lo que quiere hacer. Pues la Biblia lo declara así:
Todo lo que YHVH quiere hace, en los cielos y en la tierra, en los mares y en todos los abismos (Salmo 135:6).
De modo que si Dios te quiere transformado a la imagen de Jesucristo, Él logrará transformarte en la imagen de Jesucristo. Si Él te quiere santo y sin mancha en el cielo, para desposarte con su Hijo, eso mismo sucederá. Pues Dios no falla en lograr todo lo que quiere lograr.
LAS BONDADES DE DIOS PARA CON SUS ESCOGIDOS
Ahora, volviendo al tema principal: cada vez que la Biblia se refiere a los escogidos, y al plan divino para ellos, la Biblia habla en un tono de paz, de bendición, de ternura y de seguridad.
Es como que nada puede separar a los escogidos del amor eterno de Dios. Y eso se manifiesta en la bendición que nos ha sido dada, de la cual Pablo habla en el pasaje que leímos al principio, cuando dice que Dios: "nos bendijo en los lugares celestiales con toda bendición espiritual en CRISTO, según nos escogió en Él antes de la fundación del mundo, para ser santos y sin mancha delante de Él en amor."
¡Mire esto, por favor! Dios lo mira a usted, y ve a la prometida de su Hijo, a quien Él está limpiando, y purificando, y embelleciendo, y a quien Él está transformando en una Iglesia brillante, resplandeciente, deslumbrante. Dios lo ve a usted como un novio mira a su novia caminando por la alfombra roja. Dios lo ve a usted con un enamoramiento loco, que Él lo da todo por usted.
Lo mismo se repite en la carta a Tito, cuando Pablo escribe lo siguiente:
Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia. (Tito 3:4-5).
En Tito capítulo 3 el apóstol Pablo describe la salvación, enumerando ciertas realidades que toman lugar en la vida de los escogidos cuando son llamados por Dios. A saber, en primer lugar, que Dios manifestó Su bondad para con nosotros, salvándonos.
Ahora, las bondades de Dios se describen en la Biblia de muchísimas maneras diversas. Por ejemplo, la bondad de Dios es manifestada en Su promesa de no volver a destruir la creación por medio de las aguas, a pesar de que la humanidad entera está bajo la esclavitud del pecado, y toda imaginación del hombre es continuamente el mal desde su juventud. Sin embargo Dios, en Su bondad, refrena Su ira y renueva Sus misericordias sobre una humanidad indigna, en que "mientras la tierra permanezca, no cesarán la sementera y la siega, el frío y el calor, el verano y el invierno, y el día y la noche." (Génesis 8:21)
La bondad de Dios también es manifestada en el hecho de que Dios "hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos." (Mateo 5:45)
La bondad de Dios se hace manifiesta día a día, en el hecho de que Él nos da claras pruebas de Su existencia y pone Sus leyes en nuestros corazones, para que sepamos que hay un Dios y cómo buscarlo, como nos dice la Biblia: "Porque lo conocido de Dios es evidente entre ellos, pues Dios se los manifestó. Porque las cosas invisibles de Él, tanto su eterno poder como deidad, se hacen claramente perceptibles desde la creación del mundo, entendiéndose por medio de las cosas hechas." (Romanos 1:18-20)
Y si estas pruebas de Su bondad aun no fuesen suficientes, ciertamente serían ya abundantemente más de las que merecemos, si nos ponemos a pensar en que lo único que la simiente corrupta de Adán merecía era la aniquilación completa y permanente en el Diluvio. Si Dios no hubiese deseado salvar a la humanidad, y si Dios no hubiese enviado a Jesucristo, las manifestaciones de Su bondad arriba mencionadas ya son, de por sí, muchas más de las que podríamos esperar. Así que las bondades de Dios nos son manifiestas a diario, sin necesidad de siquiera mencionar la obra de Jesucristo. (Guido H. Lizzi, El Evangelio Olvidado, capítulo 5 -La doctrina de la regeneración presentada en las Escrituras- M.Laffitte, 2019)
Sin embargo, como comencé diciendo, para con un cierto grupo, las bondades de Dios se manifiestan de una manera muy particular. Para con Sus escogidos, Dios manifiesta Su bondad en que a estos Él se propuso salvarlos por gracia solamente. Por lo que leemos que Dios, en Su bondad, nos salvó.
SALVADOS SEGÚN UN PLAN Y NO AL AZAR
...según nos escogió en Él antes de la fundación del mundo...
Ahora, cuando la Biblia habla de la elección de Dios, la elección siempre es puntual, y nunca es al azar. Nada de lo que Dios planea está planeado a medias. De modo que, cuando Dios pensó en su pueblo, Él no abrió la puerta a todos, para que todos pudiesen entrar. ¿Por qué? Porque ya hemos leído antes que nadie puede venir a Cristo, si no por una meticulosa obra de Dios sobre el corazón y la voluntad del hombre.
La natural inhabilidad del hombre impide que vengamos a Cristo. No podemos, por fuerza de nuestra propia voluntad, venir a Cristo. No nos sale, no está en nosotros. Porque "todo el que hace pecado, es esclavo del pecado." (Juan 8:34) Como esclavos, no somos dueños de nuestra propia voluntad, sino que nacemos para obedecer la voluntad del pecado, que es nuestro amo desde el día que nacemos.
De modo que, si Dios hubiese simplemente abierto la puerta a la salvación, y hubiese dicho: "entre el que quiera..." nadie entraría. Nadie. Porque los esclavos obedecen solamente a su amo. Y si el pecado nos impone vivir en pecado, eso haremos. A no ser que fuésemos librados del pecado, por obra soberana de Dios, no habría forma de que ninguno de nosotros fuese salvo.
Porque todo el que practica cosas malas, aborrece la Luz, y no viene a la Luz (Juan 3:20)
Así que si hoy estás en Cristo, se debe a un plan específico de Dios para tu vida. Dios te conoció, desde antes de haber comenzado la creación. Él creó el universo con un propósito, y en ese propósito estaba tu nombre. Él creó a la humanidad, para redimir a los suyos de entre la humanidad, y en el proceso manifestar sus bondades a los suyos.
Es importantísimo que, como cristianos, aprendamos a mirarnos con los ojos de Dios. No estamos en el redil del Pastor por accidente: Él nos trajo personalmente. No porque nosotros se lo pedimos, sino porque Él quería que estemos con Él. No porque Él nos encontró por ahí, sin esperanza, y nos tuvo lástima, sino porque Él nos había creado para esto -para perdernos en pecado, y para en el pecado, encontrarnos con Él, y más importantemente: para ser hallados por Él, y así comenzar a conocerle.
No estás en Cristo por casualidad. No estás en Cristo porque vos fuiste un vivo bárbaro, que se aprovechó de la salvación para beneficio propio: Dios te conoció antes de crearte. Dios te creó según su propósito. Dios te llamó en el momento planeado. Dios cambió tu corazón -librándote del pecado para que pudieses obedecer a la verdad- según su propósito. Dios te arrastró al redil de Cristo incluso cuando estabas receloso. Dios te volvió a traer, con su vara y su cayado, cada vez que te extraviaste. Dios te quebró la pata más de una vez, para que puedas aprender a depender de Él, y ser cargado por Él, y así aprender a estar cerca de Él. Dios hizo todo eso, porque desde antes de que tú tuvieses conciencia de Él, Él ya estaba guiando tus pasos. Como dijo Jesús:
No me elegisteis vosotros a Mí, sino que Yo os elegí a vosotros... (Juan 15:16)
SALVADOS CON UN PROPÓSITO
...para ser santos y sin mancha delante de Él en amor,
Ahora, si Dios nos escogió de manera específica, y no al azar, significa que Dios tenía un propósito para nosotros. Dios no escoge a una persona para después ponerse a pensar: "¿Y para qué puedo usarlo a este?" Sino que cuando Él te escogió, el plan era claro: al final del proceso, Él te tendría santo y sin mancha delante de Él. Leímos recién en Romanos 8:29 que "a los que antes escogió, también los predestinó para ser conformados a la imagen de su Hijo."
Preste atención, mi hermano: Dios no lo llamó para hacerlo rico, ni para hacerlo exitoso en este mundo... Ni siquiera para darle salud física. Si bien aveces estas bendiciones pasajeras pueden llegar a nuestras vidas, el propósito de Dios es hacer todo lo necesario para que, al final, la imagen de Cristo brille en ti.
Todo el plan de Dios ronda sobre este objetivo: la absoluta transformación de una multitud de pecadores en santos hijos de Dios. De modo que nada de lo que sucede en este mundo sucede por accidente. Nada de lo que vivimos en nuestra vida diaria escapa al plan de Dios. Sino que como leímos antes: todas las cosasayudan para el bien de los escogidos.
Todo lo que ha sucedido, está sucediendo, y sucederá en tu vida, tiene un propósito solamente: transformarte a la imagen de Cristo. Y para lograr eso, Dios es generoso en los métodos que Él emplea.
El propósito de tu existencia no es ser famoso, ni ser grande, ni ser próspero, ni pasar una vida fácil y relajada, pues para los hijos de Dios, nuestra verdadera vida comienza en los cielos: el verdadero propósito de Dios para tu vida aquí, es prepararte para tu vida allá.
Jesús continúa diciendo:
Yo os elegí y os puse para que vayáis y produzcáis fruto, y vuestro fruto permanezca... (Juan 15:16)
UN PLAN QUE COMIENZA Y FINALIZA EN DIOS
...cuando nos predestinó para adopción para sí mismo por medio de JESUCRISTO, según la complacencia de su voluntad,
Ahora la pregunta de muchos podría ser: ¿por qué Dios me escogió a mí y no a otro? ¿Por qué Dios se fijó en mí? ¿Qué tengo yo más que otros?
Y es aquí donde muchos comienzan a cometer errores doctrinales. Algunos piensan que, en realidad, Dios no los escogió a ellos personalmente, sino que Dios simplemente escogió salvar al que quiera ser salvo. El ser humano debía dar el primer paso, y Dios respondería salvado a los que lo hagan.
El problema con eso, es que ya hemos visto lo que dijo Jesús: No me elegisteis vosotros a mí, es decir: nuestra elección no era por Dios, sino que, por medio de nuestras acciones, nuestras decisiones, nuestros pensamientos y nuestras palabras, nosotros habíamos elegido contra Dios, todos los días de nuestra vida. Sin embargo, Dios nos había escogido para sí, y Él nos tendría. De modo que no es que nosotros hayamos hecho algo bien, o que nosotros hayamos decidido mejor, o que nosotros tengamos algo que otros no tenían, sino que Dios nos salvó solamente porque así le plació.
Leímos en Tito capítulo 3 que "cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia." ¿Qué tengo yo más que otros? Nada. ¿En qué he sido mejor que otros? En nada. Es más, humanamente hablando, yo puedo señalarle a muchos inconversos que son mejores que yo, cuando Cristo me llamó. No había nada en mí que pudiese mover a Dios a hacer algo bueno. Cuando Dios me miraba, todo lo que veía era pecado horrendo. Yo me veo descripto en la Biblia de esta manera:
Si os seguís rebelando, ¿dónde seguiros hiriendo? Toda la cabeza está enferma, y el corazón agotado. Desde la planta del pie hasta la coronilla, solo hay llaga, contusión y heridas supurantes, no drenadas ni vendadas ni aliviadas con ungüento (Isaías 1:5-6).
Hermano, esto somos usted y yo antes de que Dios se manifestase en nuestras vidas. Esto es lo que Dios veía en mí. Todas mis obras no eran más que un trapo de inmundicia. No había nada bueno en mí, mi amado hermano. Sin embargo, "cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador... me salvó, no por obras de justicia que yo haya hecho, sino por su misericordia."
De modo que el plan de Dios no comienza en usted. Dios no ideó la salvación pensando en usted. Sino que todo lo que Dios trazó para usted, lo ideó pensando en Él. El plan de salvación no parte de nosotros, sino que comienza y finaliza en Dios.
Si verdaderamente estás en Cristo, es porque antes de que las bases de la tierra fuesen creadas, y los cielos establecidos, Dios ideó un plan que complacía su voluntad. Y en ese plan, estaba escrito tu nombre.
¿Por qué me salvó Dios? Porque lo quiso así.
¿Por qué a mí? Porque lo hizo según la complacencia de su voluntad.
¿Qué hice yo para merecer su amor? Nada, sino que Dios "nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia."
UN PLAN QUE GLORIFICA A DIOS
...para alabanza de la gloria de su gracia, que nos concedió gratuitamente en el Amado.
Si el plan de Dios no comienza en nosotros, sino que comienza en Dios; y si no es para complacer nuestras necesidades y deseos, sino que es para complacerle a Él, es de esperarse entonces, que este plan haya sido trazado para gloria de su propio Nombre.
La Biblia dice que todo lo que Dios hizo por ti y por mí, lo hizo "para alabanza de la gloria de su gracia." No lo hizo para que tú lo ames más, no lo hizo para convencerte de su bondad, no lo hizo para que te enamores de Él... aunque todo esto es un resultado natural del redimido, al experimentar la grandeza de la bondad de Dios... Sin embargo el plan de Dios fue trazado porque por medio de éste, Dios traía gloria a su Nombre.
Cuando Dios describe en el Antiguo Testamento la salvación que tomaría lugar en el Nuevo Pacto, establece claramente que este Nuevo Pacto que Él establecería con los suyos, por el cual Él lograría concretar su plan a ojos de toda la humanidad, lo haría para glorificarse a sí mismo en medio de las naciones. La Biblia nos dice lo siguiente:
Así dice Adonai YHVH: No por vosotros hago esto, oh casa de Israel, sino por causa de mi santo Nombre, el cual vosotros profanasteis entre las naciones adonde habéis llegado. Y Yo santificaré mi gran Nombre, que fue profanado entre las naciones adonde fuisteis, el cual vosotros profanasteis en medio de ellas, y las naciones sabrán que que yo soy YHVH, cuando sea santificado en vosotros ante sus ojos (Ezequiel 36:22-23).
La salvación de un grupo de enemigos rebeldes, esclavos del pecado por naturaleza, manchados por la maldad, reventados bajo el peso de la maldición, glorifica el nombre de Dios. Es más, para que no nos quede duda alguna respecto a las intenciones de Dios para con nosotros, Él dice: "No lo hago por vosotros." Así que, si por casualidad, en algún momento usted pensó que Dios lo salvó porque usted era mejor que otros... esto debería aclarar sus dudas: Dios no lo hace por usted. La salvación del remanente no está trazada por el remanente. No está apuntada al remanente. No está ideada para beneficio de ellos, sino que el objetivo final del plan de Dios es que el Nombre del Señor sea santificado.
Es más, Dios repite lo mismo 10 versículos más adelante, cuando dice:
No por vosotros hago esto, dice Adonai YHVH. Sabedlo bien: avergonzaos y cubríos de confusión por vuestras iniquidades (Ezequiel 36:32).
Usted, previo a venir a Cristo, había profanado la santidad de Dios con todos sus hechos, pensamientos, palabras e intenciones. Usted, antes de conocer al Señor, se había pronunciado su enemigo jurado. Usted no merecía otra cosa aparte del infierno.
Sin embargo, para Dios santificar su propio Nombre en medio de las naciones -en medio de todos aquellos que lo vieron antes, en medio de su familia, su vecindario, su trabajo- para que la gente pudiese ver y maravillarse de la obra de Dios, y glorificar a Dios... es que Dios lo salvó a usted.
Dios dice: "Y Yo santificaré mi gran Nombre, que fue profanado entre las naciones adonde fuisteis, el cual vosotros profanasteis en medio de ellas, y las naciones sabrán que que yo soy YHVH, cuando sea santificado en vosotros ante sus ojos."
La transformación de un esclavo del pecado en un hijo de Dios santifica al Señor: manifiesta sus juicios, su ira, su enojo contra el pecado, su odio contra el pecador, su santidad inquebrantable... pues para poder perdonarlo a usted, Dios tuvo que descargar todas estas cosas sobre el cuerpo de su Hijo amado; y también manifiesta las bondades de Dios, su amor, su misericordia, su paciencia, su benevolencia, en que Dios sacrificaría a su Hijo Unigénito por alguien como usted.
Todo el plan, del que usted ha sido hecho partícipe y heredero, complace la voluntad de Dios, porque glorifica a Dios, y lo manifiesta al mundo tal cual Él es.
Jesús dijo:
En esto es glorificado mi Padre: en que lleváis mucho fruto y seáis así mis discípulos (Juan 15:8)
SALVOS POR GRACIA
Qué paradójico que, luego de todo lo estudiado, mi conclusión llegue a este versículo que todos hemos oído, repetido y memorizado tantas veces. Ya puedo ver las expresiones decepcionadas de algunos que esperaban una conclusión sublime, una reflexión profunda, un cierre docto a un libro de doctrina bíblica. Y al leer el pasaje con el que he decidido abrir, algunos quizá estén pensado: "¿y tanto lío para volver aquí?"
Mi amado hermano, no existe conclusión más sublime ni re- flexión más profunda que la meditación de la gracia de Dios. Dios nos escogió como pueblo Suyo desde antes de la fundación del mundo. ¿Pero por qué? ¿Qué razón movió a Dios a escogerte a ti por sobre otros?
Muchos de nosotros solíamos pensar que en realidad nosotros habíamos hecho las cosas bien, y por eso habíamos sido escogidos. Pero ya hemos visto tantas veces, la realidad no es así. No importa cuánto meditemos en esta pregunta y cuántas veces in tentemos encontrar respuestas metódicas, el factor al que siempre volveremos, vez tras vez, es la sublime gracia de Dios.
Dios prometió que Él santificaría para Sí mismo a aquellos que Él había escogido. ¿Y por qué? Tú conoces tu corazón, hermano. Tú conoces bien lo que hay dentro de ti. Y sin embargo Dios, con tanta paciencia, se toma el trabajo de limpiar nuestras vidas y purificarnos, y llevarnos más y más allá de lo que hubiésemos podido imaginar, guiándonos de gloria en gloria, y transformándonos en la misma imagen de nuestro Salvador, ¿y por qué? ¿Hay alguna otra razón aparte de Su sola gracia?
Y Dios prometió que la obra que Él comenzó en ti, Él la perfeccionaría y que todos nosotros le veríamos al final. ¡Imagínate hermano tan tremenda bendición! Porque si bien la Palabra dice: "He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá," (Apocalipsis 1:7) sabemos que el mundo no lo verá con gozo ni con júbilo, pues el Señor caerá sobre este mundo como Juez; mas tú y yo sabemos que Él nos espera allá con brazos abiertos, cual padre que ansiosamente aguarda que su hijo venga a casa, al banquete que ha prepara- do para él. Y si bien sabemos que "los que le traspasaron; y todos los linajes de la tierra harán lamentación por él," pues al ver al Rey venir, los pecados de este mundo serán juzgados, y cada pecador que impertinentemente ha rechazado al Salvador tendrá que enfrentar la mismísima ira del Cordero; mas a ti y a mí, nos aguardan cielos abiertos y el coro angelical que grita en aloca- da alegría: "Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado. Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los santos." Y tenemos esta bendición de boca del ángel mismo que dijo: "Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero." (Apocalipsis 19:7-9)
Imagínate, mi hermano. Tú que conoces tus propios caminos, tus propios pecados y muchas de tus falencias, y las luchas que sostienes con tu propia carne, y tus tumbos y tambaleos, y las batallas que has librado contra Satanás y contra el pecado en tus miembros durante todo tu peregrinaje de cristiano, y que piensas que "si tan solo el Señor me reconoce en aquél día, eso me basta." Pero al llegar, te encuentras entre los millares de milla- res que han sido redimidos por la sangre de Cristo, y que en tan grandioso gozo corren hacia Él. Y tú reconsideras y sabes que no mereces estar allí. Y ves a cada uno de los santos vistiendo vestiduras blanquísimas, y sabes que tú no deberías estar allí, pues no eres para nada puro.
Y cuando esperas que el Señor venga y te reprenda por tu ineptitud, y te mande a arrojar fuera, ves al Señor que te mira, cual novio que contempla a su novia vestida de blanco avanzando lentamente sobre la alfombra roja. Y no entiendes por qué Él puede mírate a ti con tanta pasión y ternura.
Pero al mirarte a ti mismo, te ves tan blanco y tan resplandeciente como todos los demás en ese inmenso salón de la boda. Y ahora entiendes que fue Él mismo quien te purificó y se aseguró que tú también puedas estar ahí. ¿Por qué mi hermano? ¿Por qué Él hace tanto por nosotros? Pues por gracia, mi amado hermano. Todo es por gracia.
¿QUÉ HAREMOS AHORA?
Que el gozo del Señor llene tu corazón mi hermano. Y que la presencia del Espíritu Santo se haga tan real en tu vida que pue- das arrojarte en los brazos del Señor hoy. ¿Por qué esperar al cielo, pudiendo vivir en el seno del Padre hoy? Si Jesús ya lo ha hecho todo por ti y por mí, y aún más, sabiendo que Él nos espera con tantos deseos y tanta alegría, y sabiendo que nuestra alma lo anhela a Él más que todas las cosas, ¿qué esperamos para vivir como Su esposa hoy?
Mi amado hermano, comprado con la misma Sangre que yo he sido comprado, la única respuesta a la gracia de Dios es nuestra eterna gratitud y devoción. No hay nada más que podamos darle al que ama nuestras almas, que pueda siquiera comenzar a repagar todo lo que de Él hemos recibido.
Y ahora, sabiendo todas estas cosas, la única pregunta a responder es la misma que Jesús le hizo a Pedro junto al mar de Tiberias: "¿Me amas más que éstos?" Pero espera, hermano. No te apresures a responder todavía, pues el Señor te lo volverá a preguntar: "¿Me amas?" Y aun cuando trates de asegurárselo y convencerlo, Él volverá a mirarte fijamente y repetirte: "¿Hijo mío, me amas?" Hasta que te duela en el alma, y tengas que mirarte bien profundo, y con pena y hasta vergüenza decir: "Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo." (Juan 21:15-19)
Quiera Dios iluminar nuestras mentes y arrojarnos a diario sobre nuestras rodillas en devoción y agradecimiento, mi amado. Y quiera Dios utilizar todo lo que se encuentra escrito en esta obra para enseñar, animar, dar fuerzas en tiempos de flaqueza, y esperanza para el futuro en un mundo lleno de oscuridad.
Mi hermano, recibe mi amor en Cristo Jesús. Y que el Nombre del Amado brille en tu semblante más y más, hasta el día que Él venga, o que nos llame a nuestro hogar. Pues ese día nos veremos. Pero mientras tanto, que "el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca. A él sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén." (1 Pedro 5:10-11)