Examinaos a vosotros mismos

07/10/2019

INTRODUCCIÓN:

Y sábete esto: que en los últimos días sobrevendrán tiempos peligrosos, porque los hombres serán egoístas, amigos del dinero, arrogantes, soberbios, difamadores, desobedientes a los padres, ingratos, irreverentes, sin afecto natural, implacables, calumniadores, desenfrenados, crueles enemigos de lo bueno, traidores, impetuosos, cegados por la soberbia, amigos de placeres más que amigos de Dios, teniendo apariencia de piedad, pero negando su eficacia. (2 Timoteo 3:1-5)

Cuando el apóstol escribe estas palabras, no las escribe solo concerniendo la situación del mundo, sino también mucho de la tendencia que veríamos en lo que hoy llamamos círculos evangélicos; pues la amonestación termina diciendo "teniendo apariencia de piedad, pero negando su eficacia." Es decir que esta es gente que proclama tener la verdad, gente que se presenta como hijos de Dios, gente que se presenta con un mensaje pseudo-cristiano, pero que con sus vidas totalmente contradicen la eficacia de la gracia de Dios.

¿Qué quiero decir con "eficacia"? La eficacia de la piedad es la evidencia de la gracia salvífica sobre la persona. Esta es la gracia que Dios otorga al pecador, cuando Dios lo resucita de la muerte espiritual, a la vida de Cristo. Es la gracia que Dios confiere al hombre cuando Dios cambia el corazón de piedra por un corazón de carne. La gracia que Dios derrama sobre el hombre cuando lo salva.

Esa gracia es eficaz para lograr una salvación completa. Es decir, que aquél que ha recibido gracia al principio para arrepentirse y creer, seguirá recibiendo gracia por el resto de su vida, para continuar creciendo en arrepentimiento y en fe.

Ahora, la negación de esta obra eficaz de Dios en el hombre, es uno de los aspectos que la Iglesia tiene que enfrentar hoy, y tendrá que enfrentar más y más, a medida que nos acerquemos a la venida de Cristo.

Muchos vendrán predicando un falso Evangelio, sin arrepentimiento, sin un cambio de vida, sin abandono del pecado, lleno de sensualidad, de carnalidad, de codicia... y así y todo "aparentarán tener piedad."

No en vano, dijo Jesús:

Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los Cielos sufre violencia, y violentos lo arrebatan. (Mateo 11:12)

Y cuanto más nos acerquemos al día de Su venida, esta realidad sólo se volverá más y más perceptible: aquellos que realmente han abrazado a Cristo, deberán ejercer violencia diariamente en su vida espiritual, para poder batallar contra todas las asechanzas de este mundo, que ponen sitio a nuestra fe. Solo así, podremos continuar abrazando la cruz, y abrazarla hasta el final.

De más está decir, que el Evangelio no es para llorones.

El apóstol Pablo había entendido bien esta verdad, cuando proclamó:

Porque no me avergüenzo del Evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo el que cree: al judío primeramente y también al griego. (Romanos 1:16)

Ahora, recordemos que, humanamente hablando, Pablo tenía todas las razones habidas y por haber, para avergonzarse del Evangelio.

Primero, como fariseo que era, el Evangelio menospreciaba todos sus logros personales, y lo llamaba a abandonar todas las cosas que poseía y había obtenido gracias a su celo por la ley; y lo constreñía a abrazar un mensaje que no era nada menos que un escándalo para el mundo-tanto en el primer siglo, como lo sigue siendo hoy.

Segundo, como judío, el Evangelio de Jesucristo insultaba su honor, como descendiente directo de Abraham, porque el Evangelio es poder para salvación a todo el que cree. Y no solo a los judíos.

Tercero, como celoso perseguidor de la Iglesia que Pablo era, el Evangelio lo constreñía diariamente a vivir en total desarmonía con las creencias religiosas que en el pasado él había estimado valiosas.

El mensaje de la Cruz nunca fue fácil. Las verdades del Evangelio son una ofensa para este mundo. La noticia de que todos hemos nacido en absoluta y radical enemistad contra Dios, y que solo por la obra milagrosa de Dios, podemos ser justificados delante de Él, es un escándalo en nuestra sociedad: una sociedad que exalta al hombre por sobre toda idea de Dios.

En nuestros días, los esfuerzos del enemigo por distorsionar la Palabra de Dios, para así silenciar la verdad, nunca han sido peores. La intensidad de la persecución ideológica dentro de la Iglesia, una persecución originada en la falta de conocimiento de la persona de Dios y de Su Palabra, está logrando lo que siglos de persecución sangrienta no logró, y eso es: enmudecer el testimonio de la cruz.

Hoy día, el analfabetismo doctrinal de la Iglesia, la ha llevado a abandonar el escándalo que aquellos que vinieron antes de nosotros consideraron dignos de sus propias vidas.

Y es así, como en nuestros días, hemos llegado a aceptar muchas cosas que no pertenecían al Evangelio de la Biblia, y hemos persistido en creer mentiras, como si fueran verdades.

La mayor mentira que enfrentamos hoy, se llama "la oración del pecador." Usted conoce la rutina: el predicador viene y le predica al inconverso una versión muy, pero muy simplificada del Evangelio, diseñada a lograr una reacción rápida de parte del oyente.

Normalmente funciona así:

  1. ¿Sabes tú que existe un Dios?
  2. ¿Sabes tú que eres un pecador?
  3. ¿Te gustaría ir al cielo?
  4. ¿Te gustaría aceptar a Jesucristo como tu salvador en tu corazón?
  5. ¿No te gustaría repetir una oración invitando a Cristo a tu corazón?

Luego de esto, si todo sale bien, el evangelista recita una pequeña oración, para que el pecador la repita. Y si el pecador "repite la oración," entonces papalmente lo declaramos salvo, simplemente porque una vez en su vida repitió una oración.

Honestamente hablando, la "oración del pecador" le ha causado más daño a la Iglesia Cristiana contemporánea, que todas las demás herejías combinadas. Y la razón de esto, es el haber confundido, en la Biblia, lo que Dios describe como verdadera fe, y lo que el hombre considera fe.

Las Escrituras nos enseñan que Dios otorga salvación a todo aquél que cree-ya que la salvación es un don gratuito que Dios nos confiere en Su gracia, por medio de la fe, y no por obras de justicia. Debemos entonces definir de qué se trata esta fe, tan necesaria e imprescindible para la salvación. (Juan 3:16/Efesios 2:8-9)

La Biblia describe a la fe como "la certeza de lo que se espera" y "la convicción de lo que no se ve." Y también nos advierte que "sin fe es imposible agradar a Dios." (Hebreos 11:1, 6)

Sin embargo, ¿cómo se aplican estas verdades a nuestra vida? ¿Qué significa eso de "tener fe en Dios"? Y más importante aún: ¿Cómo saber si nosotros hemos recibido fe para salvación? Para explicar esto, debemos describir primero lo que la fe no es.

La fe no es, como muchos han creído, una afirmación intelectual de hechos irrefutables. Es decir, que alguien me diga: "Hay un Dios," y que yo diga: "Bueno, creo que hay un Dios," no es fe. Que alguien me diga: "Eres pecador," y que yo simplemente mire mi vida por unos segundos y reconozca: "Bueno, sí, no soy perfecto, así que supongo que soy un pecador," no es fe. Que alguien me diga: "Si quieres ir al cielo tienes que hacer esta oración aceptando a Jesús," y que yo, en mi pseuda-preocupación por mi alma perdida, mezclada con un falso sentido de piedad, diga: "Bueno, repito la oración, de todas maneras, mal no me puede hacer," no es fe.

Y tenemos evidencia de esto en la Biblia cuando Santiago solemnemente nos amonesta diciendo: "Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan." (Santiago 2:19) Así que, el hecho de que uno admita un hecho innegable en los cielos no significa que uno tenga fe. La fe es algo muy diferente a una mera convicción intelectual.

La verdadera fe es un don sobrenatural de Dios que inevitable- mente cambiará la vida del sujeto, pues la fe que viene de Dios no está limitada en su alcance. Dios no nos confiere fe suficiente para ser justificados delante de Él, pero no para ser santificados. Dios no nos confiere fe para creer al principio, y apartarnos de Él en el futuro. Si la fe que decimos haber recibido de Dios no nos mantiene creciendo en la fe, entonces esta no fue la fe que Dios confiere al redimido, sino que fue una mera imitación de la carne, pues "el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo." (Filipenses 1:6) (El Evangelio Olvidado, por: Guido H. Lizzi, publicado por: M.Laffitte, 2019 -capítulo 5: La doctrina de la regeneración presentada en las Escrituras, págs. 96-97)

Ahora, ¿qué pasa cuando no es verdadera conversión, sino una declaración rápida, lo que se trata de obtener por medio del evangelismo? Pues el resultado es evidente: cada vez que utilizamos medios carnales para predicar a Cristo, lo que atraeremos es gente carnal que, al haber sido atraída carnalmente, necesitarán permanecer en la "fe" por medios carnales.

Esta gente, que jamás experimentó salvación de verdad, deseará ciertas cosas de la Iglesia, para mantenerlos entretenidos, y no podrán resistir la sana doctrina; pues "Las intenciones de la carne llevan a la enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden." (Romanos 8:7 RVC)

¿Pero es acaso que no deseamos verdadera conversión de los que nos oyen? Yo doy testimonio que al menos un gran número de los evangelistas de hoy, realmente desean guiar a sus oyentes al conocimiento de Jesucristo. Pero, si es así, ¿por qué seguimos utilizando métodos que por siglos han demostrado ser inútiles, y nocivos a la fe?

LA IGLESIA QUE CRISTO EDIFICA:

De modo que debemos poder entender cómo es que la Biblia nos dice que Jesucristo edificaría Su Iglesia. Pues la Biblia nos promete que Él, Cristo Jesús mismo, estaría a cargo de la edificación de la iglesia. La Biblia nos relata lo siguiente:

Cuando llegó a la región de Cesárea de Filipo, JESÚS preguntaba a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Y ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista, y otros Elías, y otros Jeremías, o uno de los profetas. Les dice: Y vosotros, ¿quién decís que soy Yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el CRISTO, el Hijo del DIOS viviente. Respondió JESÚS y le dijo: Bienaventurado eres, Simón bar Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los Cielos. Y Yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. (Mateo 16:13-18)

Jesucristo prometió, en esta ocasión, que Él edificaría Su Iglesia. Él no pondría a otros a cargo de la edificación de la Iglesia en el mundo, sino que, por medio de Sus discípulos (todos aquellos que habían creído y que seguirían creyendo en Su Nombre, a lo largo de la historia de la humanidad), Él edificaría a Su amada. Él llevaría a cabo esta edificación, partiendo de algo que Él denomina aquí: "esta roca."

Si vamos a entender la forma divina para la edificación de la Iglesia, debemos entender que la roca de la cual Jesús habla aquí, no es Pedro, aunque muchos han llegado a creer eso. En ningún momento la Biblia presenta otra roca para nuestra salvación, y para la Iglesia misma, que no sea Jesucristo. El haber malentendido este pasaje, ha llevado a la blasfemia más grande en nuestro tiempo presente, que es la doctrina de que Dios es representado corporalmente en la tierra, en la persona del Papa. Así que, si vamos a hablar del crecimiento de la Iglesia de una manera bíblica, debemos entender lo que Cristo Jesús dijo en este pasaje: Jesús nunca dijo que el hombre, (cualquier hombre) con todas sus fallas y falencias, sería la roca sobre la cual Él edificaría Su Iglesia.

Ahora, es inevitable ver que con esta declaración, Jesús tampoco estaba refiriéndose a Sí mismo, sino que Él dijo lo que dijo, en respuesta a una confesión de fe que había venido de Dios el Padre, por boca de Pedro. De modo que, la roca de la cual Jesús está hablando en este pasaje, es la revelación que vino por Pedro de parte del Padre: La declaración de que Jesús es el Hijo del Dios viviente.

Jesús está diciendo que sobre esta verdad, Él edificaría Su Iglesia, y que la evidencia de que esta sería Su Iglesia-la Iglesia que Cristo edifica-sería que las puertas del mismo infierno no prevalecerían contra ella: un andar victorioso, capaz de hollar sobre las guaridas del infierno, y derrotarlas.

Pero esta no es la única evidencia de aquellos que formamos la verdadera Iglesia de Cristo. Pues más tarde, en Efesios, leemos que:

Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua con la Palabra, a fin de presentar a la Iglesia para sí mismo gloriosa, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que sea santa y sin mancha. (Efesios 5:25-27)

De modo que, la evidencia de uno que ha sido redimido por Cristo Jesús no es que en un momento de su vida profesó fe en Cristo, sino que la fe que recibió el día de su conversión, continúa actuando en él santificándolo. Pues la santificación del cristiano tambiénes parte de la obra de la salvación.

Cristo murió por Su Iglesia, para lograr justificación ante el Padre por los pecados cometidos por Su pueblo.

Cristo murió por Su Iglesia para santificarla, purificándola de todos sus pecados: pasados, presentes y futuros.

Y Cristo murió por la Iglesia para garantizar que todos los que estaban en la mente del Padre para redimir, fuesen glorificados en el día postrero.

Porque a los que antes escogió, también los predestinó a ser conformados a la imagen de su Hijo, a fin de ser conformados a la imagen de su Hijo, a fin de ser Él, primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a estos también llamó; y a los que llamó, a estos también declaró justos; y a los que declaró justos, a estos también glorificó. (Romanos 8:29-30)

De modo que existe un remanente, llamado por Su nombre, que son los que forman la Iglesia. No la "iglesia nominal", sino aquellos que realmente son la Iglesia de Cristo, esa Iglesia que Jesús mismo prometió que edificaría, y que santificaría, y que se caracterizaría por una constante victoria sobre el infierno.

Ahora bien, esta revelación no vino sin advertencias, pues Jesús mismo dijo que muchos vendrían profesando Su Nombre, aunque estos no tendrían una verdadera relación con Cristo.

EL CONFLICTO DE LA FE

No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los Cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu Nombre, y en tu Nombre echamos fuera demonios, y en tu Nombre hicimos muchos milagros? Entonces les protestaré: ¡Nunca os conocí! ¡Apartaos de Mí, hacedores de maldad! (Mateo 7:21-23)

Hemos visto ya, brevemente, la diferencia entre la fe carnal (la fe que el ser humano es capaz de esbozar), y la fe sobrenatural (la que viene como don de Dios sobre aquellos que son regenerados para salvación).

Ahora, continuando con el mismo hilo de información, hay dos doctrinas en la fe cristiana, que van de la mano:

Una se llama: "La Seguridad Eterna del Creyente," y dice lo siguiente: "Aquellos que son llamados a la comunión con Cristo, y son redimidos por Su sangre, salvos por gracia por la fe, serán guardados (preservados) por Dios hasta el final." Como está escrito: "que el que comenzó en vosotros la buena obra, la seguirá perfeccionando hasta el día de CRISTO JESÚS." (Filipenses 1:6)

La otra doctrina, es "La Evidencia de la Salvación," y se formula así: "Si bien es verdad que el verdadero creyente será guardado por Dios hasta el final, y que ninguno podrá arrebatarlo de la mano del Pastor (como dijo Jesús: "doy mi vida por mis ovejas, y nadie las arrebata de mi mano,") sin embargo vale preguntar: ¿Como sabes que tú realmente has creído?

Hoy día, parece que ambas doctrinas se han perdido en la Iglesia, pues que ya no enseñamos la seguridad eterna del creyente, sino que enseñamos que la obra de regeneración es tan débil que el ser humano puede perder su salvación en cualquier momento, por causa de la debilidad de la carne. Lo que no es verdad, y contradice con todo el hilo de enseñanza de la Biblia (ver: Jeremías 31:31-34; Ezequiel 36:22-32; Juan 10:27-29). Pero por enseñar que un cristiano, redimido por Cristo, regenerado por el Padre, y santificado por el Espíritu Santo puede, en efecto, perder su salvación, es que también hemos dejado de lado la enseñanza de la Evidencia de la Salvación, ya que no hay garantía alguna de salvación, sino que el hombre depende de la fuerza de su carne para permanecer salvo, como en un principio dependió de su decisión carnal para ser justificado.

De modo que, hoy día, si alguno le preguntase a un cristiano moderno la famosa pregunta: "¿Cómo sabes que eres salvo?" la respuesta sería: "Porque he creído." Sin embargo, si alguien continuase con la infame pregunta: "¿Cómo sabes que has creído?" lamentablemente, hoy encontraríamos alguna de las tres variantes que se describen a continuación:

  1. El testimonio del corazón: yo sé en mi corazón que he creído para salvación:

Cuán desdichado el hombre que solo puede confiar en sí mismo, y en la supuesta sinceridad de su propio corazón, para asegurar a otros de su salvación. Qué miserable que es aquel que debe rebajar a Dios a su nivel, para poder decir: "Cristo me salvó." Pues si uno le preguntase: "¿Cómo sabes que Cristo te salvó?", lo único que este hombre podría decir es: "Porque yo creo que me salvo." No en vano nos amonestan las Escrituras, cuando dicen:

Engañoso es el corazón, más que todas las cosas, incurable, ¿quién lo conocerá? (Jeremías 17:9)

  1. El testimonio de la mente: creo que he creído, porque hice una oración invitando a Cristo a mi corazón.

¿Y dónde dice la Biblia que creer en Cristo es una vacuna contra el infierno, que uno puede repetir una fórmula mágica, y ya está asegurado por toda la eternidad? ¿Por qué será que la Biblia jamás nos dice que oremos para invitar a Cristo a nuestro corazón?
Sin embargo, dado que este es el modus operandi de la iglesia moderna, y es lo que más se ve hoy día, sin importar a qué país usted vaya, parecería que este es el camino a seguir, para declarar salvación sobre una persona. Sin embargo, la Biblia nos amonesta:

Hay un camino que a los hombres parece derecho, pero su fin es camino de muerte. (Proverbios 14:12)

  1. El testimonio de una falsa esperanza: Sé que he creído, porque "he caminado con Dios."

La falsa esperanza que viene de haber tenido, en algún momento de nuestra vida, alguna experiencia con Dios, es más peligrosa aún que las dos que acabamos de ver. Mucha gente experimenta cosas con Dios, cuando vienen a la iglesia, y se acercan a la presencia de Dios. Y esto sucede porque el alma pecaminosa se siente pecaminosa en la presencia de Dios, y la voz del espíritu clama a Dios por salvación.

No obstante, el hecho de que una persona haya tenido una experiencia con Dios, no garantiza nada, a no ser que esa experiencia continúe en el presente, y se extienda hacia el futuro. El apóstol Pablo nos enseña diciendo:

Y os doy a conocer, hermanos, la Buena Noticia que os anuncié, la cual también recibisteis, en la cual también estáis firmes, por la cual también, si os aferráis a la Palabra que os anuncié, sois salvos, si no creísteis en vano. (1 Corinthians 15:1-2)

A no ser que yo continúe caminando con Dios hoy, no hay evidencia alguna de que lo haya hecho jamás.

EXAMINAOS A VOSOTROS MISMOS

Cuando el apóstol Pablo le escribe a los Corintios, en un momento en que varios de ellos estaban viviendo en total carnalidad, sin evidencia verdadera de conversión, Pablo no les pregunta si alguna vez en, en el pasado, aceptaron a Cristo en sus vidas, sino que los trae directamente al presente, al hoy, y les dice lo siguiente:

Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os reconocéis a vosotros mismos, que JESUCRISTO está en vosotros? ¡A menos que estéis descalificados! (2 Corinthians 13:5)

De modo que es responsabilidad del creyente examinar su propio corazón bajo la luz de la Palabra de Dios, y comprobar si verdaderamente está en la fe, o no.

¿Es evidente la obra de Dios en tu vida?

¿Es evidente el fruto de la salvación en tu vida?

¿Estás creciendo diariamente en tu arrepentimiento, devoción, en amor al Señor... o es tu vida cristiana "seis días en el mundo, y entonces voy a la Iglesia?"

LAS PRUEBAS BÍBLICAS DE LA FE

Dios no deja al hombre sin evidencia de la obra que Él comienza en el pecador, pues Él no desea que Su pueblo viva a la deriva, sin saber hacia donde va. Aquellos que han sido redimidos por Cristo Jesús, serán llamados al arrepentimiento por una obra de regeneración que será evidente en sus vidas, cuyos resultados se manifestarán día a día, por medio de un largo y extenso proceso de santificación.

Esta obra de Dios, no será abstracta, ni esotérica, sino que los efectos de la obra de Dios serán visibles, tanto para el cristiano, como para el mundo que nos rodea.

La primera carta de Juan, nos ofrece una serie de pruebas, por las cuales el cristiano puede conocer que ha sido redimido por Cristo. Aquí veremos, muy brevemente, lo que la Biblia enseña acerca de aquellos en quienes una obra de salvación ha comenzado:

Prueba 1:

Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él. Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. (1 Juan 1:5-7)

El apóstol Juan nos enseña que Dios es luz. Es decir, Dios no es un ser lejano y oculto, y el conocimiento de Dios no es esotérico y meramente conceptual; sino que todo lo que Dios es, Sus atributos, Sus deseos, Su voluntad, y Sus planes, nos han sido revelados claramente por medio de la Palabra. De modo que el conocimiento de Dios es posible, y no solo posible, sino que también se nos demanda conocer a Dios.

Ahora, hay una mentira dando vueltas en ciertos círculos evangélicos, que dice que una persona es salva por repetir una oración en un altar, y que esa confesión de fe-de la cual en muchos casos, es imposible de comprobar veracidad-salva a la persona. La misma mentira dice que, un redimido, salvado por Cristo, puede seguir viviendo en pecado, y eso no presenta un problema con su vida cristiana, sino que simplemente se trata de un cristiano rebelde, o inmaduro, o que aún lucha con su nueva identidad de cristiano. Es decir, un cristiano carnal.

Sin embargo, la Biblia nos dice que si nosotros declaramos conocerle (tener comunión con Él, haber entrado en el redil del Salvador, por medio de Su sangre) y aún andamos en tinieblas (es decir: si nuestro estilo de vida es una visible contradicción a la luz de Dios)... entonces soy un mentiroso, y simplemente no le he conocido jamás.

Examinemos, pues, lo que enseñamos. Porque tenemos demasiados profesantes en nuestros templos, que están completamente perdidos, aunque se creen salvos, y se creen salvos porque algún pastor les dijo que eran salvos, cuando este no tenía evidencia alguna para tal declaración.

Si andamos en la luz (pues Él es luz, y Su luz nos guía a andar en esa misma luz), entonces tenemos evidencia de que una obra de salvación ha comenzado en nuestra vida. De otro modo (si luego de haber creído, la supuesta obra de Dios en mi vida es inexistente o simplemente imperceptible), es muy probable que mi confesión de fe haya sido una mera confesión de la carne, y no haya sido una confesión de la fe que proviene del Señor.

Prueba 2:

Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros. (1 Juan 1:8-10)

A pesar de lo que leímos en los versículos 5-7, la Biblia nunca enseña la perfección sin pecado del cristiano en esta tierra. No obstante, la Biblia sí nos enseña que, en aquellos sobre los cuales Dios ha comenzado una obra de salvación, se verá una creciente aversión por el pecado, y un creciente deseo por santidad.
Dios dijo, por medio del profeta Ezequiel, que esto sería parte de la obra santificadora que Él generaría en medio de Su pueblo, cuando declara:

Y os guardaré de todas vuestras inmundicias; y os acordaréis de vuestros malos caminos, y de vuestras obras que no fueron buenas; y os avergonzaréis de vosotros mismos por vuestras iniquidades y por vuestras abominaciones. (Ezequiel 36:29, 31)

En las bienaventuranzas, Jesús enseñó las cualidades que serían características de los hijos del reino de los cielos, y las dos primeras cualidades, que caracterizarían a todo cristiano son las siguientes:

Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación. (Mateo 5:3-4)

Uno que ha sido regenerado por Cristo, tiene la simiente del Padre en él, y por lo tanto, el amor del Padre genera en él un odio constante, y un quebrantamiento demasiado doloroso para describir con palabras, por el pecado que todo cristiano continúa descubriendo en su vida, diariamente.

Sin embargo, Cristo dice que "los pobres en espíritu," es decir, aquellos que, a medida que van conociendo más y más a Dios, aborrecen más y más sus propias obras; y aquellos que lloran de continuo delante del Padre, quebrantados por las debilidades de su carne, pues entienden que solamente por obra de una sublime gracia, de la que ellos no son merecedores, es que el Padre ha decidido salvarlos... que estos son bienaventurados. Aquellos que, conociendo la futilidad de sus obras, abandonan todo intento de moralidad, y se aferran a la cruz de Cristo, sometiéndose a la obra del Espíritu en ellos, pues conocen que fuera de Cristo, nada pueden hacer... estos son bienaventurados.

Juan expande sobre eso, diciendo que "Si decimos que no tenemos pecado..:" es decir, si mi vida no está marcada por un creciente conocimiento de mis propias debilidades, y un continuo estado de arrepentimiento por mis pecados, entonces soy un mentiroso cuando digo que tengo comunión con Dios.

Si no soy sensible al pecado en mi vida, significa que no tengo comunión con el Padre, pues cuanto más conozca yo a Dios, más evidente se hará mi pecado a mis propios ojos.

Sin embargo, para con aquellos que "confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo, para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad."

Prueba 3:

Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él. El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo. (1 Juan 2:3-6)

Tristemente, hay una enseñanza en muchas iglesias hoy, que afirman la salvación sin obediencia. Esta forma de doctrina, establece que una persona es salva por fe, y que esa fe es manifestada en una aserción intelectual sobre un hecho. Es decir, el que en su mente decide aceptar a Cristo, y así lo confiesa, por esa confesión es salvo. Y que la obediencia viene después, como algo adicional.

Incluso se hace mucho énfasis en "darle tu vida a Cristo para que Él sea tu Señor, y no solo tu salvador." Déjeme decirle, hermano mío, que no hay salvación sin obediencia. Uno que ha sido salvo, ha nacido de nuevo (irremediablemente), y los afectos de su corazón han cambiado. Uno que ha creído, verdaderamente es una nueva creación, y no puede ser el mismo de antes.

Según el apóstol Juan, el que dice conocerle, pero vive en desobediencia a Su Palabra, y no desea obedecer a Dios, el tal es un mentiroso al declararse cristiano.

El que guarda Su Palabra tiene seguridad de estar en Él. El que no, debe convencerse a sí mismo de su fe, pues no tiene evidencia alguna de la misma.

Prueba 4:

No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre. (1 Juan 2:15-17)

El nuevo nacimiento es, según el Evangelio según San Juan, el comienzo de nuestro andar con Dios (Jn. 3:3).

Una persona que ha nacido de nuevo, ha recibido del Padre un nuevo corazón (Ez. 35:26), con nuevos afectos y nuevas inclinaciones. De modo que el cristiano no puede amar el pecado, sino que por medio de una transformación interior, se ha constituido enemigo del mismo. El cristiano no puede amar al mundo, puesto que ahora es amado por Dios, y el amor del Padre está en él.

Si yo siguiera amando al mundo, sería porque aún me encuentro en enemistad con Dios.

Si mi corazón se siguiera sintiendo atraído por las cosas de este mundo, sería porque aún estoy en mis pecados, y mi corazón es uno de piedra, y no ha sido cambiado por el poder transformador del Espíritu Santo.

Nuestra forma de hablar, de vestir, de conducirnos en esta sociedad; las cosas que compramos, que miramos, que deseamos, que tocamos, que hacemos y que rehusamos hacer... Todas estas cosas deben reflejar la evidencia de un corazón transformado.

Si mi corazón no me da evidencia de haber sido resucitado de la muerte espiritual a la vida en Cristo (Ef. 2:8), y si mi corazón sigue amando a este mundo, entonces puedo tener certeza de que el amor del Padre no está en mí.

Ahora bien, si de todo corazón anhelo, arrebatada y desmesuradamente, hacer la voluntad del Padre, entonces puedo saber que Dios ha cambiado mi corazón de piedra por uno de carne; y el que ha comenzado la buena obra, la llevará a buen puerto.

Prueba 5:

Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley. Y sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él. Todo aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido. Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia es justo, como él es justo. El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo. Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios. En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios. (1 Juan 3:4-10)

La esperanza del cristiano no es un mejor pasar en esta tierra, sino la manifestación del Hijo de Dios, porque cuando Él sea manifestado, seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal como Él es.

Ahora bien, todo el que tiene esta esperanza-todo el que sabe que un día pronto le verá cara a cara-no puede hacer otra cosa fuera de purificarse a sí mismo, y andar en pureza más y más. Quien no vive purificándose de sus pasados pecados, simplemente es porque no tiene la esperanza de verle.

Si Cristo vino para destruir las obras de satanás, y el pecado es su obra principal, Jesucristo vino a destruir el pecado, y para librarnos de la esclavitud al pecado. Si decimos conocerle, no podemos andar más en pecado.

Meditemos en esta prueba que Juan nos propone: si aún te deleitas en el pecado, eres del diablo, y no de Cristo, pues los que son de Cristo, le pertenecen, y Dios los ha librado del pescado. Y los que han sido librados del pecado no pueden pecar, porque no desean pecar. El que aún desea pecar, debe temer, pues eso significa que aún no ha sido salvado.

Conclusión:

Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios. (1 Juan 5:13)

Aquellos que, al leer las amonestaciones de Juan, en el contexto de toda la revelación de las Escrituras, son capaces de ver la obra de Dios en sus vidas, estos pueden saber que, efectivamente, Dios les ha otorgado vida eterna.

Si al leer estas cosas que he escrito, puedes verte a ti mismo, y decir: "estas son realidades en mi vida, yo veo estas cosas sucediendo en mí," entonces, gózate, pues "Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna."

Sin embargo, si estas cosas que hemos expuesto aquí, no son realidades en tu vida: si el deseo de tu corazón es ser más y más como el mundo, pues tu forma de vivir refleja tinieblas, y se opone a la luz de Cristo; y si no eres sensible al pecado en tu vida, sino que, hipócritamente te crees limpio delante de Él; y si tu vida no está marcada por una creciente obediencia a los mandamientos de Dios, revelados en Su Palabra, sino que tu ley son tus deseos; y si tu corazón aún ama al mundo, y las cosas que están en el mundo, y tus ojos se deleitan en la lujuria del mundo, y las pasiones de esta vida; y si puedes pecar tranquila y naturalmente, sin sentirteconstreñido por el Espíritu Santo, y si no tienes deseos de santificación, y la sola idea de ser santo te fastidia... entonces, la obra de Dios no ha comenzado en tu vida, y eres un mentiroso cuando te llamas a ti mismo cristiano.

El que tenga oídos para oír, que oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.

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