La doctrina del diezmo (parte 2): La ausencia del diezmo en la iglesia primitiva y la protesta contra el diezmo durante la reforma
Continuando con el tema del artículo anterior, quiero comenzar diciendo lo siguiente: si bien bastaría con limitarme a presentar la falta de evidencia bíblica neotestamentaria concerniente al diezmo, me gustaría comenzar por la historia. Ya sé que para muchos, este es un tema de poco interés. Pero ese desinterés por la historia, es en realidad parte del problema. Cuando yo le cité a este ministro (ver parte 1) las fuentes históricas que demuestran que el diezmo no era parte de la práctica de la iglesia primitiva, él me acusó de falso profeta, y me maldijo, por haber presentado fuentes "dudosas" para enseñarle a la Iglesia a quebrantar los mandamientos del Señor. Este hombre, repetidas veces, me maldijo por querer presentar evidencia de que lo que él estaba pidiendo era incorrecto. Sin embargo, si la Iglesia conociese un poco de historia, y si los cristianos de hoy conociesen un poco mejor sus raíces, muchas de estas tradiciones humanas que nos asedian hoy, caerían desmoronadas a la luz de la abrumante evidencia.

Así que, nos guste o no, debemos comenzar por la historia. La razón por la que deseo hacerlo así, es para poder demostrar que lo que estoy argumentando no es una re-interpretación de una doctrina antigua y auténtica de la Iglesia, que siempre ha sido parte de la vida de los creyentes. Así que, para que no se piense que estoy atacando algo que no debería ser cuestionado, pues esto ha sido así, quiero demostrar por medio de la historia misma, que el diezmo no aparece en la Iglesia hasta la segunda mitad del tercer siglo, y como resultado de una decadencia doctrinal en la Iglesia.
El Dr. Russell Earl Kelly, en la presentación de su libro "Should The Church Teach Tithing?" --¿Debería La Iglesia Enseñar El Diezmo?, dice lo siguiente:
Las doctrinas del Nuevo Testamento concernientes a la iglesia y al dar experimentaron un cambio drástico desde el final del primer siglo apostólico hasta mediados del tercer siglo. La primera etapa de declive fue la eliminación de los dones espirituales de los laicos. La segunda etapa fue la distinción del obispo como un nivel más alto que los otros (anteriormente iguales) ancianos en la iglesia. La tercera etapa de declive ocurrió cuando al obispo se le dio un alto estatus sacerdotal con poder espiritual sobre los laicos. En la cuarta etapa, los obispos, los ancianos y (a veces) los diáconos fueron alentados a dejar de realizar trabajos seculares y dedicarse de tiempo completo a la iglesia. El diezmo se convirtió en la quinta etapa de este declive doctrinal.
En lugar del sacerdocio de cada creyente que reemplazaba al sacerdocio del Antiguo Testamento, la iglesia se había reorganizado gradualmente para asemejarse a la jerarquía del Antiguo Testamento. El obispo se había convertido en el equivalente del sumo sacerdote del Antiguo Testamento, los presbíteros en los sacerdotes del Antiguo Testamento y los diáconos en los levitas del Antiguo Testamento. El sustento completo siguió al mal uso del modelo del sacerdocio, de los sacrificios y la expiación del Antiguo Testamento, controlados por los sacerdotes. Por lo tanto, algunos tipos de diezmos se introdujeron en la Iglesia solo después de un largo período de al menos 200-300 años de constante declive doctrinal y solo para seguir el modelo de adoración del Antiguo Testamento. Incluso entonces, el diezmo no fue mandatorio u obligatorio durante muchos siglos más. (Extracto del estudio del Dr. Russell Earl Kelly sobre la doctrina del diezmo, capítulo 29, publicado en su sitio web www.tithing-russkelly.com)
Robert Baker (teólogo bautista) escribió lo siguiente, concerniente a la Iglesia del primer siglo:
Los líderes solían trabajar con sus manos para satisfacer sus necesidades materiales. No había una distinción artificial entre el clero y los laicos... Los primeros obispos o presbíteros se dedicaban al trabajo secular para ganarse la vida y desempeñaban sus oficios dentro de sus iglesias cuando no estaban en el trabajo. (Robert Baker, _A Summary of Christian History-Sumario de la Historia Cristiana,_ Nashville: Broadman, 1959.)
El teólogo anglicano Lars P. Qualben, escribe algo muy interesante en su libro "A History Of The Christian Church" --"Historia De La Iglesia Cristiana"-- que nos ubicará mejor en el panorama religioso que la Iglesia estaba atravesando.
La iglesia local tenía ancianos y diáconos que supervisaban y dirigían el trabajo de la congregación, administraban sus obras de caridad, cuidaban a los enfermos y velaban para que los servicios se celebraran regularmente. Pero la organización de la iglesia primitiva no estaba centrada en un oficio ni una ley, sino en los dones especiales del Espíritu. La enseñanza, la predicación y la administración de los sacramentos eran conducidas por los "hombres dotados" en la congregación. Un anciano también podría enseñar, predicar y administrar los sacramentos, pero no lo hacía por ser anciano, sino porque era reconocido por tener el "don". Ninguno de estos "hombres talentosos" ocupó el cargo de la iglesia a modo de tribunal legal, o en un sentido judicial. La predicación, la enseñanza y la administración de los sacramentos no se limitaban legalmente a ningún cargo específico. El evangelio podría ser predicado y los sacramentos podrían ser administrados en presencia de cualquier asamblea de creyentes, reunidos en el nombre del Señor.
Hacia el final del primer siglo se produjo un cambio: una falta de confianza general en los dones especiales del Espíritu, el deseo de un orden más específico y la demanda apremiante de una adecuada protección contra la herejía, dieron como resultado una transferencia gradual de la predicación, la enseñanza y la administración de los sacramentos de los "hombres dotados" a los ancianos locales.
Durante los siglos segundo y tercero, sucedió otro cambio importante. En lugar del gobierno de un grupo de ancianos, las iglesias locales estaban encabezadas por funcionarios únicos para quienes el nombre de "obispo" estaba reservado exclusivamente... La elección del obispo se convirtió en una ordenanza legal y solamente el obispo tenía derecho a predicar, enseñar y administrar los sacramentos... (Lars P. Qualben, A History of the Christian Church-Historia de la Iglesia Cristiana. New York: Thomas Nelson, 1942)
Vemos entonces la razón de la ausencia de toda doctrina neotestamentaria referida al diezmo, y la razón es que no existía la necesidad de sostener económicamente al presbiterio de la Iglesia. Todos tenían sus trabajos y sus oficios. Todos vivían vidas abnegadas y esforzadas, proveyendo para sus propias necesidades, y dando en la Iglesia para el mantenimiento de los pobres, los huérfanos y las viudas. La idea de comer pan de balde, en la Iglesia, era condenada. Y la idea de que un ministro no trabaje porque era ministro, y que cargue entonces a la Iglesia con su propio sostén personal, era algo ridículo según la mentalidad de la Iglesia del primer siglo.
El manuscrito deuterocanónico más antiguo que la Iglesia actualmente posee, es un documento llamado la Didaché, que si bien no es un escrito inspirado ni doctrinal, nos provee una interesante reseña concerniente a la forma de administración de la Iglesia durante el primer siglo. Este texto nos provee una reseña rápida de cómo solía funcionar la Iglesia. Abordando el tema del sustento de los obispos y los profetas, esto es lo que encontramos:
Párrafo XI:
En cuanto a los apóstoles y profetas, proceded así conforme al Evangelio. Todo apóstol que llegue a vosotros, ha de ser recibido como el Señor. Pero no se quedará por más de un día o dos, si hace falta; quedándose tres días, es un falso profeta. Al partir, el apóstol no aceptará nada sino pan para sustentarse hasta llegar a otro hospedaje. Si pidiere dinero, es un falso profeta... quien dijere en espíritu: Dame dinero, u otra cosa semejante, no lo escuchéis. Si, empero, os dice que deis para otros menesterosos, nadie lo juzgue.
Vemos entonces que era aceptado que un apóstol, o un profeta, que estaba de paso, ministrando en una Iglesia, alentase a la comunidad de creyentes a dar limosnas a los pobres y a los menesterosos en esa ciudad, o a los hermanos que tuviesen necesidad en otras partes del mundo. Esto lo vemos en la segunda epístola a los corintios, capítulos 8 y 9, donde Pablo instruye a las iglesias de Asia Menor a ofrendar para los cristianos pobres de Jerusalén. Sin embargo, él no podría pedir dinero para sí. Y cuando él saliese de ese lugar, ninguna ofrenda se le debía proveer a dicho ministro, sino solo el pan y las provisiones necesarias para poder llegar a su próximo alojamiento. Nada más que eso. Cualquiera que, contrario a esto, pidiese dinero para sí, sería automáticamente considerado un falso profeta. La razón es la siguiente: el ministro de Jesucristo debería vivir por fe, y Dios usaría a quienes Él quisiese usar para proveer para sus siervos. El siervo de Dios no fue llamado a mendigar sino a ser un testigo de las grandezas de Jesucristo reveladas en su Evangelio.
Párrafo XII:
Todo el que viniere en el nombre del Señor, sea acogido. Luego de haberlo probado, lo conoceréis; pues tenéis criterio para juzgar entre la diestra y la siniestra. Si el advenedizo viene tan sólo de paso, socorredle todo lo posible. El, por su parte, no quedará entre vosotros más que dos, o según su necesidad, tres días. Mas si quisiere radicarse entre vosotros, como artesano, trabaje y coma. Si no sabe oficio alguno, proveeréis según vuestra inteligencia, para que no viva entre vosotros un cristiano holgazán. Si a eso no quiere conformarse, es un traficante de Cristo. ¡Cuidado con ésos!
El que viniere en el nombre del Señor podría ser cualquiera. No solo un ministro, sino un hermano que viniese de otra ciudad. La tarea de la Iglesia era acogerlo y proveer, según la capacidad de cada uno, pues era un hermano --ya sea ministro, o no. Sin embargo, al quedarse este entre ellos, y al querer radicarse para vivir allí, este debería trabajar, y si no sabía cómo trabajar, debería aprender. Porque "Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma." (2 Tesalonicenses 3:10)
El Párrafo XIII sin embargo, lidia con el sustento de los profetas que se radican en medio del pueblo. La Iglesia primitiva tenía una consciencia de sostener a sus profetas, no con diezmos, sino con primicias, ya que el apóstol Pablo había escrito, enseñándole a la Iglesia "Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio." (1 Corintios 9:14) También en otro lugar, "Los ancianos que gobiernan bien, sean tenidos por dignos de doble honor, mayormente los que trabajan en predicar y enseñar. Pues la Escritura dice: No pondrás bozal al buey que trilla; y: Digno es el obrero de su salario." (1 Timoteo 5:17-18)
Mas las primicias dadas a los ancianos o profetas, no eran algo mandatorio, ni tenían un monto específico de relación con las entradas del que ofrendaba, sino que "Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre," (2 Corintios 9:7) siempre teniendo en cuenta la advertencia paulina que les decía, "El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará," (2 Corintios 9:6) y la doctrina del Señor, que había dicho: "Dad, y se os dará." (Lucas 6:38) Por lo tanto, la conducta eclesiástica era algo así:
Todo profeta verdadero que deseare radicarse entre vosotros, es digno de su comida. Asimismo, un doctor verdadero es, como obrero, digno de su comida. Todas las primicias del lagar y de los campos, del ganado y de las ovejas, las tomarás y darás a los profetas; porque ellos son vuestros príncipes sacerdotes. Mas, si no tuviereis profeta, ¡dad a los pobres! Cuando haces pan, tomarás la primicia y la darás conforme al mandato. Asimismo, cuando abres la tinaja de vino o del aceite, tomarás la primicia y la darás a los profetas. Del dinero y de las vestimentas y de todo cuanto poseas, tomarás la primicia, según te parezca, y la darás conforme al mandato.
La Iglesia era enseñada a dar. Si no había profeta (es decir, si no había un ministro ordenado --reconocido, por sus dones, como profeta de Dios-- a quien darle las primicias) entonces, la Iglesia debía simplemente dar sus primicias a los pobres. La Iglesia era enseñada a dar, ya que "Más bienaventurado es dar que recibir." (Hechos 20:35) Sin embargo, el mandato de un diezmo, que debería ser entregado al clero de la Iglesia, era una doctrina totalmente desconocida en aquel entonces por la Iglesia, pues la Iglesia entendía que todo pertenecía a Dios, y no solamente el diez por ciento de lo que Él nos da. De modo que encontramos la amonestación de Irenaeus (150-200), obispo de Lyons en Francia, que escribe lo siguiente:
El Señor, en lugar de ese mandamiento, 'No cometerás adulterio', prohibe incluso la concupiscencia; y en lugar de eso que dice así: 'No matarás', prohibió la ira; y en lugar de la ley que ordena dar los diezmos, compartir todas nuestras posesiones con los pobres; y no amar solo a nuestros vecinos, sino incluso a nuestros enemigos; y no meramente ser dadores y otorgantes liberales, sino incluso que debemos presentar un regalo gratuito a quienes nos quitan nuestros bienes. (Irenaeus, Against Heresies --Contra Herejías, libro 4, cap. 13)
Porque con Él no hay nada sin propósito, ni sin significado, ni sin diseño. Y por esta razón ellos (los judíos) tenían los diezmos de sus bienes consagrados a Él, pero aquellos que han recibido la libertad: dejen de lado todas sus posesiones para los propósitos del Señor, otorgando gozosa y libremente no las porciones menos valiosas de su propiedad, ya que tienen la esperanza de cosas mejores; como actuó esa pobre viuda que puso todo su sustento en el tesoro de Dios. (Irenaeus, Against Heresies --Contra Herejías, libro 4, cap. 18)
Este hombre ciertamente no enseñaba el diezmo, sino una vida completamente abnegada, en la que todas sus pertenencias eran de ser puestas para el uso de la obra de Dios, y no solamente el diez por ciento, como lo indicaba la ley en el Antiguo Testamento. No sólo que este obispo no enseñaba a diezmar, sino que utilizaba el diezmo como ejemplo de algo menor a la doctrina Cristiana, pues él alentaba diciendo que si antes los judíos eran ordenados dar un determinado porcentaje bajo la ley Mosaica, cuánto más nosotros no deberíamos estar dispuestos a abandonar todas nuestras pertenencias por el servicio de Cristo.
Lo mismo dijo Origenes (184-253), al exhortar a la Iglesia en contra de la noción de un diezmo levítico que no debería tener lugar en la Iglesia de Jesucristo, cuando escribe:
¿Cómo es que nuestra justicia abunda más que la de los escribas y fariseos, si ellos no se atreven a siquiera probar los frutos de su tierra antes de que ofrezcan primicias a los sacerdotes, y los diezmos se separan para los levitas; mientras yo, sin hacer ninguna de estas cosas, mal uso de los frutos de la tierra, de los que el sacerdote no sabe nada, el levita ignora, y el altar divino ni siquiera percibe? (Origenes, A Dictionary of Christian Antiquities --Diccionario de Antigüedades Cristianas, 1880, p.118)
Tertuliano (160 - 220) nos da un ejemplo de cómo daba la Iglesia al principio, y a modo de regla general sobre las ofrendas en la comunidad cristiana, él dice así:
Cada uno ponga un poco en el alfolí, comúnmente una vez al mes, o cuando le plazca, y solo con la condición de que esté dispuesto a hacerlo y sea capaz; porque no hay compulsión de ningún tipo. Todo aquí es una ofrenda de libre voluntad. (Tertuliano, The Apology, Capítulo XXXIX)
Estos antiguos teólogos no animaban a la gente a diezmar, sino a dar más de lo que uno hubiese dado bajo la ley mosaica, puesto que en Cristo hemos sido libres, y si somos libres, podemos dar con liberalidad. Tal vez sea por eso que tenemos registros de hasta mediados del tercer siglo, que simplemente contradicen la doctrina del diezmo ampliamente predicada en nuestras iglesias hoy, y simplemente no encontramos la doctrina del diezmo en la Iglesia hasta la época de decadencia doctrinal que surge en la Iglesia Católica. Así que, la doctrina del diezmo no es apostólica, ¡sino Católica! Durante el Siglo XIV encontramos este escrito del Reformador John Wycliffe (1330 - 1384), denunciando la práctica de los curas católicos de exigir diezmos de sus feligreses:
¿Por qué los curas son tan severos en la exigencia de los diezmos, ya que Cristo y sus apóstoles no tomaron diezmos, como los hombres lo hacen ahora; ni los pagaron, y ni siquiera hablaron de ellos, ni en los Evangelios ni en las Epístolas, que son la ley perfecta de libertad y gracia. Sino que Cristo vivió de las limosnas de mujeres santas, como dice el Evangelio; y los apóstoles vivían a veces por el trabajo de sus manos, y algunas veces se ganaban un pobre sustento y vestimenta, donados por la gente y su libre voluntad y devoción, sin pedir o restringir. Pablo demostró que los sacerdotes, predicando verdaderamente el evangelio, deberían vivir del evangelio, y así y todo no dijo nada de diezmos. Ciertamente, los diezmos se debían a los sacerdotes en la Antigua Ley, pero no es así ahora, en la ley de la gracia. (John Wycliffe, Tracts and Treatises, 1845)
Tiempo después, el reformador Martín Lutero (1483 - 1546) también habló del diezmo, enseñando que el mismo era una forma de impuesto en el reino teocrático de Israel, y no una práctica ordenada para la Iglesia de Cristo. Sobre este tema, Lutero escribió:
Incluso me alegraría si los señores de hoy gobernaran de acuerdo al ejemplo de Moisés. Si yo fuera emperador, tomaría de Moisés un modelo para mis estatutos; no es que me vincule con Moisés, sino que debería ser libre de seguirlo en la forma de gobierno con que él gobernaba. Por ejemplo, el diezmo es una regla muy buena, porque con la entrega de la décima parte se eliminarían todos los demás impuestos. Para el hombre común también sería más fácil dar una décima parte que pagar alquileres y tarifas. Supongamos que tengo diez vacas; entonces daría una. Si tuviera solo cinco, no daría nada. Si mis campos estuvieran produciendo solo un poco, daría proporcionalmente poco; si mucho, daría mucho. Todo esto estaría en la providencia de Dios. Pero como están las cosas ahora, debo pagar el impuesto a los gentiles, incluso si el granizo arruinara toda mi cosecha. Si debo cien gulden en impuestos, debo pagarlo aunque no haya nada creciendo en el campo. Esta es también la forma en que el Papa decreta y gobierna. Pero sería mejor si las cosas estuvieran arregladas de tal manera que cuando recojo mucho, doy mucho; y cuando poco, doy poco. (Martín Lutero, 27 de Agosto, 1525)
Vemos que Lutero hubiese preferido que los gobiernos seculares cobrasen sus impuestos según la modalidad del diezmo judío, ya que así se simplificarían muchas cosas con las que hoy lidiamos a nivel fiscal.
John Owen (1616 - 1683) vio que la misma problemática católica se había transferido a la comunidad Protestante, y en su función de teólogo y apologista, él se toma el atrevimiento de desafiar la doctrina del diezmo que tantos obispos, influenciados por la tradición Católica, estaban adoptando, enseñando y exigiendo a la Iglesia a mantener económicamente al clero con un diez por ciento de sus sueldos, y entonces escribe:
No es una proclamación segura aquella en la que muchos insisten, que los diezmos son debidos y divinos, ya que ellos hablan de una ley obligatoria en rigor bajo el evangelio... El cantar para sí mismos que los diezmos se les deben, por nombramiento y ley de Dios, es pura imaginación, un sueño que los llenará de perplejidad cuando despierten. (John Owen, Owen's Exposition of the Epistle to the Hebews --Exposición de Owen de la Epístola a los Hebreos-- 1840, p.430)
Lo mismo predicó C. H. Spurgeon, más adelante cuando dijo:
Vosotros no estáis bajo un sistema similar al que obligaba a los judíos a pagar los diezmos a los sacerdotes. ¡Si existiera alguna de esas reglas establecidas en el Evangelio, destruiría la belleza de las ofrendas espontáneas y quitaría toda la flor del fruto de vuestra liberalidad! No hay ninguna ley que me diga qué le debo regalar a mi padre en su cumpleaños. No hay ninguna regla establecida en ningún libro de leyes para decidir qué regalo debe darle un esposo a su esposa, ni qué muestra de afecto debemos otorgar a otros a quienes amamos. No, el regalo debe ser gratuito, o ha perdido toda su dulzura. (CHARLES H SPURGEON [18 de Abril, 1880] en su sermón: "La Pobreza de Cristo, nuestra riqueza" en el Tabernáculo Metropolitano)
A lo largo de toda la historia de la Iglesia vemos que cada vez que esta abraza la doctrina de Jesucristo tal y como se ve en las Escrituras, la predicación no carece de poder, el crecimiento no es en números sino en vidas convertidas, la santificación de la Iglesia es algo visible y palpable, y las finanzas de la Iglesia se simplifican. De la misma forma, cada vez que la Iglesia se extravía de la doctrina de Jesucristo, y adopta otras formas de hacer las cosas, con el tiempo, estas formas se convierten en tradiciones. Y estas tradiciones, una vez arraigadas en la Iglesia, son muy difíciles de desarraigar. Sin embargo deberíamos ser honestos con nosotros mismos en todo lo que hacemos, y filtrar todas nuestras costumbres y tradiciones eclesiásticas a través de la Biblia. ¿Es bíblico lo que hacemos? No se trata de si podemos encontrar indicios de algo similar en la Biblia, sino más bien, ¿es absolutamente bíblico todo lo que hacemos?