Métodos mundanos de evangelización (Continuación)

EL EVANGELISMO SIN DOCTRINA
El tema que abordaré hoy no es una doctrina, sino una moda, una manera de hacer evangelismo, que se ha utilizado por muchas generaciones ya.
Esta forma de evangelismo no aparece en la Biblia, tampoco es la metodología de predicación de los padres de la Iglesia, ni de los Reformadores, ni fue la forma de evangelismo de los puritanos. Sino que fue un método adoptado mucho después, con la meta de acelerar la respuesta humana al Evangelio. Hoy en día, la metodología utilizada por la mayoría de la Iglesia argentina, no se amolda al método bíblico, y está haciendo más mal que bien a nuestras iglesias y a la sociedad en general.
Por esta razón, el contraste entre el evangelismo moderno y el evangelismo bíblico, es uno que continuaré en diferentes secciones, pues me parece que es la base de tantos problemas que tenemos hoy en la Iglesia. ¿Por qué digo esto? Simplemente porque la forma en la que una persona es traída a los pies de Cristo, definirá todos los aspectos de su vida espiritual en el futuro. Si la persona es invitada con métodos carnales, a ser parte de una religión que no se amolda en nada al Evangelio de Jesucristo, y si lo único que importa es atraer a la persona a escuchar, pues una vez que los tenemos en el lugar correcto, "sabemos cómo manipular las emociones" y producir la respuesta que queremos (sin importar si es la respuesta que deberíamos buscar, o no), entonces toda la vida de esa persona, una vez que se "adhiera al club," estará marcada por la carnalidad, por la falta de compromiso con la Biblia y por la falta de obediencia al Señor. En fin, esa persona vivirá su "vida de Iglesia" siendo un perfecto mundano que se cree cristiano pues en algún momento de su vida, ha aceptado a Cristo en su corazón.
Cuántas veces encontré, en las calles, gente que me decía "yo ya soy cristiano," o "yo ya creo en Jesús," o "yo estoy bien, pues ya hice eso." Y si usted se detiene a indagar un poco mejor, y le pregunta a la persona "¿qué es, exactamente, aquello que dices haber hecho?", casi la totalidad de estas personas nos daría una respuesta así: "Yo ya hice esa oración, cuando era chiquito, en la Iglesia donde me llevaban." O: "Yo iba a la escuela dominical, y ahí acepté a Jesús en mi corazón;" o: "En la campaña de fulano de tal, yo le entregué mi vida a Cristo."
Ahora, si usted se pone a analizar un poco el resultado de esa decisión que estas personas dicen haber hecho en algún momento de sus vidas, verá que en la mayoría de los casos, eso que hicieron no los cambió en lo más mínimo. Sin embargo, esta gente se cree salva, pues en algún momento hicieron eso.
Esto revela una triste verdad, y es que nadie confrontó a esta gente con la doctrina bíblica de la evidencia de la salvación. Y de esa manera, en muchos casos, el evangelismo moderno ha generado un gran daño en la gente, haciéndoles pensar que ya eran salvos, cuando en realidad no lo eran. El evangelismo moderno parece estar enfocado en números, y nada más que números, pues permite alcanzar a mucha gente y obtener muchas respuestas positivas, con muy poca inversión de tiempo.
Por ejemplo, si se trata de una campaña evangelística, el formato está más o menos establecido: Primero, hay música. Hace falta buena música. Si se puede traer a algún conjunto musical famoso al evento, mejor, pues los muchachos saben cómo atraer gente.
Segundo, viene la predicación. La predicación debe ser corta, concisa y emotiva, presentando a un Dios de amor y deseoso de salvar a todo el mundo, y debe presionar todos los botones de la emoción humana, y poner a la gente en la sintonía correcta. La predicación debe prometerle todo al pecador. Se le promete al pecador la ayuda incondicional de Dios en esta vida, y el cielo en la próxima; así reduciendo al Evangelio a una especie de voto matrimonial que Dios siempre va a honrar, "si tan solo hoy le dices que sí a Dios."
Tercero, viene la invitación, que debe seguir presionando los botones de la emoción, y debe hacerse de manera fácil y accesible para todos, así la persona podrá sentirse cómoda aceptando lo que nosotros ofrecemos. Aquí se invita a la gente que se ha sentido conmovida a "pasar al frente".
(Es interesante ver que hoy día, mucha Iglesia Evangélica no considera al bautismo como señal de fe salvífica -dejemos de lado todo lo que la Biblia dice al respecto, claro está- ¡pero sí consideramos el haber pasado al altar, y repetido una oración, señal de fe y de nuevo nacimiento!)
Ahora, una técnica muy utilizada, al hacer el llamado al altar, es ubicar ujieres, en lugares estratégicos del auditorio, que al escuchar el llamado, pasarán al frente primero, generando una reacción psicológica positiva en aquellos que quizá quieran pasar, pero no se animen. Así que los ujieres pasan primero al altar, seguidos por el resto. Allí hablarán con cada persona por no más de dos minutos, y el predicador hará una oración, desde la plataforma, para que todos la repitan. Si la gente responde a todas las preguntas bien, y repite la oración, entonces ya está, se los declara salvos. Se le hace la promesa de que sus pecados han sido perdonados, y de que sus nombres han sido escritos en el cielo. Les aseguramos que Jesucristo los ha salvado y que ahora pertenecen a la familia de Dios. Les decimos que ahora son cristianos. Se completa la planilla con los datos de la persona, y asunto terminado, "¡siguiente, por favor!"
Después de esto, se da el reporte en la iglesia local: "200 personas aceptaron a Cristo como salvador personal este fin de semana", pues, obviamente, entre los ujieres, estaban los encargados de "contar las gallinas," como diría Spurgeon.
La pregunta es: ¿Cómo saben? ¿Cómo saben si la persona realmente se ha arrepentido? ¿Cómo saben si la persona realmente ha recibido fe para salvación? ¿Cómo saben, en pocos minutos, si la persona ha sido regenerada? Todo esto no parece interesarles. Si hacen la oración, son salvos.
Igualmente si se trata de un caso de evangelismo personal. Aunque la escena sea diferente, todo parece centrarse en lo mismo. Por ejemplo, se le hace a la persona una seguidilla de preguntas, también diseñadas para guiar a la persona al paso de la oración. Preguntas como: "¿Usted sabe que es un pecador?" En realidad, esa era la forma antigua de encarar a la gente, ya que hoy se nos ha enseñado a no hablar de la situación del pecado original en segunda persona, sino que es mejor decirle a la persona: "¿Usted sabe que todos somos pecadores, verdad?" Normalmente, se usan dos o tres versículos rápidos, para añadir credibilidad a nuestro argumento. Cuando la persona admite que sí, pasamos a la segunda pregunta: "¿Le gustaría ir al cielo?" Si la persona responde otro "sí," llegamos al destino correcto, le leemos dos o tres versículos más, presentando la necesidad de un salvador, y lo invitamos diciendo algo así: "¿No le gustaría repetir una oración conmigo, pidiéndole a Jesús que entre a su corazón?" Si dice que sí, entonces lo hacemos repetir las palabras mágicas, y lo declaramos salvo.
Ahora, la realidad es que este método "funciona," en cierto sentido. Pues es eficaz en aquello para lo que fue diseñado, que es economizar tiempo. El problema, es que este método de evangelismo no se encuentra en ninguna parte de la Biblia, lo que debería hacernos cuestionar el método. Y no solo eso, sino que al declarar salvos a tantos que jamás han experimentado real salvación, producimos un falso sentido de seguridad en mucha gente que verdaderamente debería temer por sus almas.
Si vamos a la Biblia, y según la Biblia evaluamos, en la vida diaria, los frutos de muchos que hoy están en la Iglesia, y que se creen salvos, en muchísimos casos podríamos ver que estos, evidentemente no están en Cristo, pues "Si alguno está en Cristo, nueva criatura es." (2 Corintios 5:17) De modo que ahora tenemos que explicar cómo es posible que un "cristiano" pueda vivir una vida de mundanalidad, y seguir siendo cristiano. Y para hacer eso, debemos continuar ignorando la evidencia bíblica, y comenzar a articular nuevas doctrinas, para poder explicar la falta de santidad y de consagración en la Iglesia, algo que la Biblia tan claramente condena. Y así tenemos doctrinas como la "Libre Gracia", que fue una necesidadque surgió de este tipo de evangelismo, y la doctrina del "Cristiano Carnal", que surge como descendiente directo y necesario de la "Libre Gracia", doctrinas que jamás habían existido durante el tiempo de los apóstoles, ni de los padres de la Iglesia. O sea, por un error en el método evangelístico que empleamos, terminamos obteniendo resultados muy dudosos, o en muchos casos, negativos. Y nosotros, en vez de cuestionar los métodos que nos trajeron hasta este punto, y admitir que evidentemente estábamos equivocados, comenzamos a inventar cosas, que jamás se enseñaron en la Biblia.
Este círculo vicioso, ha llevado a la Iglesia a un estado tal de mundanalidad, herejía e ignorancia de las Escrituras, que de ninguna manera se queda corto de la problemática de la época de la Reforma.
JUAN EL BAUTISTA: UN VERDADERO EVANGELISTA
En aquellos días vino Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea, y diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado. Pues éste es aquel de quien habló el profeta Isaías, cuando dijo: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, Enderezad sus sendas. Y Juan estaba vestido de pelo de camello, y tenía un cinto de cuero alrededor de sus lomos; y su comida era langostas y miel silvestre. Y salía a él Jerusalén, y toda Judea, y toda la provincia de alrededor del Jordán, y eran bautizados por él en el Jordán, confesando sus pecados. Al ver él que muchos de los fariseos y de los saduceos venían a su bautismo, les decía: ¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento, y no penséis decir dentro de vosotros mismos: A Abraham tenemos por padre; porque yo os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras. Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego (Mateo 3:1-10, énfasis del autor).
En aquellos días vino Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea, y diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado. Pues éste es aquel de quien habló el profeta Isaías, cuando dijo: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, Enderezad sus sendas. Y Juan estaba vestido de pelo de camello, y tenía un cinto de cuero alrededor de sus lomos; y su comida era langostas y miel silvestre. Y salía a él Jerusalén, y toda Judea, y toda la provincia de alrededor del Jordán, y eran bautizados por él en el Jordán, confesando sus pecados. Al ver él que muchos de los fariseos y de los saduceos venían a su bautismo, les decía: ¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento, y no penséis decir dentro de vosotros mismos: A Abraham tenemos por padre; porque yo os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras. Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego (Mateo 3:1-10, énfasis del autor).
Recordemos por un momento, que este hombre había sido anunciado por el profeta Isaías, casi 400 años antes de su tiempo. Su misión sería la de un evangelista. Él sería enviado para preparar el camino del Señor. De modo que su predicación tendría una naturaleza evangelística.
Ahora, llama la atención ese "pues" que Mateo pone al principio del versículo 3. La palabra "pues" indica una vuelta atrás entre ideas, a modo de "causa y efecto." Y aquí indica que la profecía que se citará a continuación, era la razón de lo que ha sido declarado en la idea anterior.
La profecía que se cita en el versículo 3 dice que Juan el Bautista sería aquel que prepararía el camino del Señor, y quien enderezaría sus sendas. La idea del versículo 2 dice que Juan predicaba el arrepentimiento. Podríamos decir entonces, que la evidencia de que Juan el Bautista era el enviado de Dios, profetizado por Isaías, que vendría a enderezar las sendas del Señor, antes de la aparición del Mesías, era justamente que Juan el Bautista llamaba a la gente al arrepentimiento.
Él no predicaba salvación, sino arrepentimiento. La salvación vendría en Jesús. Los pecados serían perdonados en Jesús. La nueva vida comenzaría en Jesús. Mas todo eso demandaría un arrepentimiento de la gente. Y Juan estaba aquí para enseñar exactamente eso. Que la salvación de Dios viene al corazón arrepentido.
Es muy interesante escuchar tantas predicaciones de hoy, que presentan a un Dios tan benévolo, tan permisivo y tan abierto a todo, que básicamente el arrepentimiento ya no es necesario para la salvación. Hemos llegado al punto en el que predicamos que el arrepentimiento es un "paso extra" que no todos deben tomar, en tanto y en cuanto podamos llevar a la persona a repetir "esa oración" que todos tienen que hacer para ser salvos.
Hoy día, parecería que no tiene mucha importancia si la vida de la persona cambia después de esa oración, o no. Parecería que la "oración de fe" salvará al mundo, como si esa oración fuese una especie de mantra, cargado con poderes cósmicos, que pudiese garantizar la salvación instantánea del pecador. ¡Qué ridiculez, esta cristiandad tan sonsa que tenemos hoy! "Mi querido amigo, solo le tomará dos minutos, repita conmigo esta oración, y será salvo." ¡Ay de la Iglesia, mi hermano, ay de la Iglesia!
Lo que más me llama la atención del pasaje que leímos arriba es que Juan el Bautista se opuso firmemente a este tipo de creencia que hoy sostenemos. En aquel entonces, la moda no era "la oración de fe" a la que hoy invitamos a los inconversos, sino que era "el bautismo de arrepentimiento." Pero el mismo problema de hoy ya existía en aquella época. La gente pensaba que si tan solo se pudiesen meter en el río con Juan, para que Juan los bautizara, tendrían asegurada la entrada al reino de Dios.
Pero Juan se opone duramente a todos aquellos que pensaban de esta manera. Y él, como fiel evangelista que era, le presentó al pueblo una doctrina que hoy llamamos La Evidencia de la Salvación, que lidia con una pregunta que todo evangelista debería hacerle a cada pecador que declara arrepentimiento, y es esta: "¿cómo sabes que has creído?"
La Seguridad Eterna del Creyente y la Evidencia de la Salvación
En la Biblia hay dos doctrinas que van de la mano, cuando se trata de la salvación del alma: la primera se llama La Seguridad Eterna del Creyente, y dice que una vez que el hombre ha sido salvado por la fe en el Hijo de Dios, Dios lo hará permanecer en aquella fe que ha recibido como don de Dios, y Dios lo hará permanecer hasta el final. La Biblia establece esto claramente en la carta a los Filipenses, cuando el apóstol Pablo escribe y dice "que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo." (Filipenses 1:6 ) Es decir, lo que Dios comenzó-pues la salvación es una obra de Dios y no de hombres, Dios lo acabará a la perfección. Así que, si realmente he sido salvo, la salvación que he recibido hoy, resultará en mi glorificación final (Romanos 8:29-30).
Ahora, la otra doctrina, de la que no se habla tanto hoy, es una que va de la mano de esta, y que se llama La Evidencia de la Salvación. En muchos lugares, estas dos doctrinas se confunden por la misma cosa. De modo que se oye hablar mucho de la Seguridad del Creyente, y muchos evangelistas, tomados de esta doctrina, predican que una persona puede ser salva con tan solo profesar fe en Cristo por medio de una oración, ignorando la otra doctrina que en la Biblia venía codo a codo con esta, que era la doctrina de la garantía -o la evidencia- de la fe. Y esta doctrina nos presenta el siguiente dilema: "Si bien es cierto que por fe somos salvos, y si bien es cierto que aquel que comenzó la buena obra en nosotros la perfeccionará hasta el día de Jesucristo, ¿cómo sabes que has creído para salvación? ¿Qué evidencia visible tienes de que has sido salvo? ¿Qué puedes mostrar, si alguien te hace la bendita pregunta: '¿has sido salvado por Cristo?'?"
Esto parecería ser superfluo en la predicación moderna, pues se sobreentiende que la persona realmente sabe si ha creído o no. Uno que diga "yo creo", evidentemente ha creído. De otro modo, ¿por qué declarar fe? El problema es el siguiente: "Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?" (Jeremías 17:9)
Es decir, yo puedo creer haber creído, porque en un momento mi corazón se sintió conmovido, cuando en realidad jamás fui regenerado por el poder del Espíritu Santo, ni recibí la fe salvífica que viene como don de Dios. (Efesios 2:8)
Es por esta realidad tan horrenda del corazón humano, que la doctrina de la Evidencia de la Salvación se vuelve tan crucial. Pues mi corazón no es digno de confianza en asuntos espirituales. Mi mente puede estar engañándome. Yo puedo haber sido confundido por mis propias emociones, y mi corazón puede estar mintiéndome cuando se trata de mi fe en Dios, y yo puedo creer que creo en algo que jamás entendí. Pues a no ser que yo nazca de nuevo, ni siquiera puedo ver el reino de Dios.
Así que aquí tenemos un problema que debemos resolver: ¿Cómo puedo saber si realmente he creído? Y es muy doloroso ver a tantos evangelistas, que en sus ansias de contar cabezas y pasar reportes estrambóticos, hacen uso y abuso de la doctrina de la Seguridad del Creyente, sin jamás presentarles a los nuevos "convertidos" la realidad de que hay una forma de realmente saber, si uno ha creído para salvación, o no, y la evidencia es que, si realmente he sido salvo, puedo descansar en que su Espíritu continuará su obra en mí, y que la salvación que he recibido hoy, se revelará en un proceso visible de santificación, por medio del cual Dios me transformará, más y más, en la imagen de su Hijo Jesucristo. (2 Corintios 3:18)
Juan el Bautista lidiaba con ese tema a diario. Para Juan el Bautista, no era suficiente que la gente venga y "se entregue al Señor", o en el lenguaje de su época "se bautice con el bautismo de arrepentimiento", sino que Juan el Bautista les tira un desafío que no muchos pueden aceptar, y leemos: "Al ver él que muchos de los fariseos y de los saduceos venían a su bautismo, les decía: ¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento." (Mateo 3:7-8)
Es decir, de nada me serviría acudir al bautismo de Juan, y escuchar la predicación de Juan, e incluso ser bautizado por él, si en mi vida jamás habrían frutos de arrepentimiento. ¿Por qué? Porque la evidencia de que una persona ha creído, no es que pasa al frente y repite una oración, o que se mete en un río para ser bautizado, sino que la evidencia de que una persona realmente ha creído para salvación, es que los frutos de una vida arrepentida serán visibles a todos. Pues Dios no deja un trabajo a medias. Aquel a quien Dios le ha dado fe para ser justificado, el mismo será también por Dios santificado. Y aquel que es santificado por Dios, será glorificado en el día postrero. (Romanos 8:30) Pues como leímos, "aquel que comenzó la buena obra, la perfeccionará."
Déjeme decirle esto, mi hermano: Según la Biblia, si yo digo ser cristiano, mas la obra de salvación que yo declaro haber experimentado, no es perfeccionada a diario, por un proceso divino de santificación, es muy posible que yo jamás haya creído para salvación. Y esto, para Juan el Bautista, era tan fundamental, que él hasta se atreve a decir: "Todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego." (Mateo 3:10) Es decir, Juan el Bautista puede bautizarme cien mil veces, mas a no ser que hayan frutos en mi vida, aun sigo en mi camino al infierno, lo mismo que antes, pues toda mi salvación fue obra de hombres, y no de Dios, pues Dios jamás regeneró mi corazón para arrepentimiento.
Ahora, compare esta forma de predicación, con lo que nosotros hoy le decimos a los inconversos tantas veces, que "repitiendo una oración, invitando a Jesús a su corazón, serán salvos," sin jamás presentarles la otra cara de la moneda: "y la evidencia de que hoy has creído para salvación, será una vida santificada, que refleje una actitud de arrepentimiento sobre tu vieja manera de vivir, por medio de un andar que honre la profesión de fe que hoy has hecho, pues si eso no pasa, hoy no has creído para salvación." Piense lo siguiente, mi amado lector: Juan el Bautista no hablaba mensajes emotivos. Juan el Bautista no necesitaba música de fondo. Juan el Bautista no necesitaba todo el esquema psicológico que empleamos hoy. Juan el Bautista era un verdadero evangelista.
LA PREDICACIÓN DE JESUCRISTO
Al comienzo de esta sección he ejemplificado el modelo de predicación del Señor que se encuentra en Juan 6, en temas tocantes a la soberanía de Dios, la elección y predestinación de los redimidos y el poder de Jesucristo en salvar perpetuamente a aquellos que el Padre le da. (Hebreos 7:25) Sin embargo hay otros puntos de la predicación de Jesús que creo que deberían ser considerados.
Después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio (Marcos 1:14-15).
Si hay algo que no va a encontrar, en la predicación de Jesucristo, es el típico llamado moderno. Usted no verá en las Escrituras ningún pasaje que diga algo así: "El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado... ahora ¿cuántos querrían aceptarme en su corazón como salvador? Levante su mano..." Tampoco va a ver la manipulación sensorial a la que se apela hoy, tratando de convencer a la gente, y de atraer al pecador, a tomar una decisión por Cristo.
Lo que debería hacernos pensar, ¿por qué persistimos en usar un método que la Biblia misma no nos da? Mucho menos encontrará en las Escrituras un evangelismo centrado en las emociones humanas, sino que el pecado del hombre será expuesto, vez tras vez, y el ser humano quedará siempre desnudo y desesperado, sin obras con qué cubrirse, sin argumentos tras los cuales excusarse, frente a Jesucristo, con una decisión radical que tomar. Algunos responderán que sí, otros que no, pero el método será siempre el mismo, y en el ministerio de Jesús, el llamado al arrepentimiento nunca se presenta con un tono de invitación, sino de orden.
Porque el Evangelio que predicaba Jesucristo no era una invitación extendida a todo el mundo, para ser recibida por cualquier alma caritativa que quisiese recibir la oferta gratuita de un Dios tan bondadoso y benévolo, sino que era un llamado escandaloso, que generaba más enemigos que adeptos. El Evangelio predicado por Jesucristo ponía al hombre en jaque, de tal modo que la disensión entre la gente crecía con cada uno de sus sermones, y el odio de los judíos aumentó al punto de la crucifixión. La razón es simple: el Evangelio de Jesucristo no invita, sino que despoja al hombre de sus argumentos y lo expone ante Dios en su condición de depravación y rebelión. No debería sorprendernos entonces, que este mensaje nunca sea bien recibido, pues si hay algo que el hombre natural desea evitar a toda costa, es el pensar y reflexionar sobre sus caminos y sobre la realidad de un Dios absolutamente justo, moral y santo, que simplemente no puede, en su justicia, ignorar el pecado que el hombre tanto intenta esconder.
El hombre natural es una criatura caída, y empeñado al infierno por su autonomía. Él odia a Dios porque es justo y odia sus leyes porque censuran y restringen su maldad. Odia la verdad porque lo expone por lo que es y angustia lo que aún queda de su conciencia. Por lo tanto, el hombre caído busca apartar la verdad, especialmente la verdad acerca de Dios, tan lejos de sí como le sea posible. Él tomará cualquier medida para suprimir la verdad, incluso hasta el punto de fingir que tal cosa no existe, o que si existe, no puede ser conocida o tener ninguna relación con nuestra vida. No se trata nunca de un Dios escondido, sino de un hombre escondido. El problema no es el intelecto, sino la voluntad. Como un hombre que esconde su cabeza en la arena para evitar la embestida de un rinoceronte, el hombre moderno niega la verdad de un Dios justo y de los absolutos morales con la esperanza de calmar su conciencia y de apartar de su mente el juicio que él sabe creer inevitable. El evangelio Cristiano es un escándalo para el hombre y su cultura porque hace lo que él más quiere evitar: lo despierta de su sueño auto-impuesto a la realidad de su estado caído y rebelde, y lo llama a rechazar su autonomía y a someterse a Dios a través del arrepentimiento y la fe en Jesucristo. (Paul Washer, The Gospel's Power and Message, Grand Rapids, Michigan, Reformation Heritage Books, 2012 p. 50)
El hombre es una criatura auto-destructiva que se apresura a la perdición, y que por orgullo y arrogancia, prefiere negar al Dios que lo busca llamando su nombre, y tejerse un delantal de hojas, en vez de enfrentar la horrenda realidad que él mismo a creado para sí, y la condenación que lo espera. De modo que es lógico pensar que el Evangelio de Jesucristo no puede sonar atractivo al hombre en su pecado.
En nuestros días, el Evangelio primitivo no es menos ofensivo (que antes), porque todavía contradice cada principio, o "ismo" de la cultura contemporánea: el relativismo, el pluralismo y el humanismo.
Vivimos en una era de relativismo-un sistema de creencias basado en la certeza absoluta de que no hay absolutos. Hipócritamente aplaudimos a los hombres que buscan la verdad, pero pedimos la ejecución pública de cualquiera que sea lo suficientemente arrogante como para creer haberla encontrado. (Paul Washer, The Gospel's Power and Message, Grand Rapids, Michigan, Reformation Heritage Books, 2012 p. 49)
Lo mismo que pasa hoy, pasó siempre. Cuando Jesucristo, en el último y gran día de la fiesta, se paró y gritó: "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba," (Juan 7:37) la reacción no fue positiva, y muchos desearon la ejecución instantánea del Señor cuando agregó: "El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva." (Juan 7:38)
El registro bíblico nos muestra que la respuesta estuvo muy dividida, ya que si bien "algunos de la multitud, oyendo estas palabras, decían: Verdaderamente éste es el profeta," y "otros decían: Este es el Cristo," "algunos de ellos querían prenderle." (Juan 7:40-44)
Si la sociedad, por causa de la depravación radical del hombre, se opone a aceptar, o siquiera considerar la existencia de un camino, e intenta constantemente trazar sus propios caminos, para alcanzar aquello que él mismo cree ser Dios, ¿cuál considera que sería la reacción, si apareciese uno, quien dice venir de parte de Dios, y se presentase como el único camino al único Dios? (Juan 14:6) Este tipo de declaración no fue aceptada en la época de Jesús, ni tampoco fue aceptada en la época de los apóstoles. La Iglesia primitiva sufrió enormemente, y fueron martirizados bajo el rótulo de ateos, pues ellos predicaban que "hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre," (1 Timoteo 2:5) en medio de una cultura politeísta y pluralista, como lo era la cultura romana.
El mundo no desea escuchar que hay un solo camino. El mundo no desea aceptar un solo mediador. El mundo no desea aceptar un solo salvador. El mundo no desea aceptar un solo Dios. Y si el Evangelio de Jesucristo no solo presenta y proclama estas verdades que son tan contrarias a la razón humana, sino que también "manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan," (Hechos 17:30) el mundo no aceptará el Evangelio. Solamente un milagro de Dios regenerará a los corazones, (Juan 3:3; Ezequiel 36:26) para aceptar y obedecer el Evangelio de Jesucristo.
Es por eso que, cuando Jesús es interpelado por Nicodemo, el Señor comienza a exponerle el mensaje comenzando por este punto que es tan crucial: la regeneración. (La doctrina de la Regeneración se trata extensamente en "El Evangelio Olvidado.") Pues sin un milagro de Dios, regenerando al alma muerta, y dando gracia al hombre para creer en aquello que niega y abrazar la verdad que aborrece, no habrá real arrepentimiento, y sin arrepentimiento, no hay salvación.
Un Mensaje Poco popular
El mensaje predicado por Jesús nunca fue bien recibido. El mensaje del Evangelio hoy no recibe menos resistencia y rechazo que al principio. Y tan cierta es esta realidad que para evitar confusión, Jesús mismo dijo que Él no vino a traer paz a la tierra, sino espada, (Mateo 10:34) dando a entender del rechazo tan violento que el mensaje de Jesucristo sufriría cuando se predicase bien.
En el artículo anterior, observamos el tenor y el estilo del mensaje de Jesucristo en Juan 6. Algo muy parecido encontramos más adelante en el mismo evangelio. Luego del episodio con la mujer adúltera, "Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida." (Juan 8:12) Comenzando con estas palabras, Jesucristo les predica a los presentes un sermón muy difícil de aceptar para el hombre en su pecado, y es que Él y solamente Él es la puerta a la vida eterna. Él comienza a hablarles de sí mismo y de Su relación con el Padre, y del Padre y de Su relación con el Hijo. Durante este sermón de Jesús, el pueblo no entendió lo que Jesús hablaba. Y esto lo vemos por la clase de respuesta con las que los oyentes argumentaban en contra de Jesús. Cuando Jesucristo les dice: "Yo me voy, y me buscaréis, pero en vuestro pecado moriréis; a donde yo voy, vosotros no podéis venir," (Juan 8:21) los judíos preguntaron desconcertados "¿Acaso se matará a sí mismo, que dice: A donde yo voy, vosotros no podéis venir?" (Juan 8:22)
Este es el patrón que se ve durante este encuentro entre Jesús y los judíos. Él les hablaba de cosas espirituales, y ellos simplemente no entendían, "porque el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente." (1 Corintios 1:14) Así que Jesús les termina diciendo:
"Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba; vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. Por eso os dije que moriréis en vuestros pecados; porque si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis." (Juan 8:23-24)
Este no es el tipo de mensaje que el hombre no regenerado por el Espíritu Santo querrá escuchar, así que nuevamente, los judíos lo cuestionan, diciendo "¿Tú quién eres? Entonces Jesús les dijo: Lo que desde el principio os he dicho. Muchas cosas tengo que decir y juzgar de vosotros; pero el que me envió es verdadero; y yo, lo que he oído de él, esto hablo al mundo." (Juan 8:25-26)
Durante todo este diálogo entre Jesús y los judíos, ellos no parecen captar la idea del mensaje que Jesús les estaba exponiendo. Finalmente, el versículo 27 dice, a modo de conclusión: "Pero no entendieron que les hablaba del Padre." Simplemente no comprendían, no captaban, no seguían la idea de Jesús. Para ellos, todo esto sonaba entretenidamente loco, y no tenía mucho sentido, y se sentían confundidos, desconcertados y hasta aturdidos por el mensaje, al igual que Nicodemo, al ser confrontado por Jesús con la doctrina de la regeneración, que simplemente no pudo comprender lo que Jesús decía, pues era demasiado maravilloso para él, y al final, como rendido, Nicodemo expresa en desesperado abandono, "¿cómo puede hacerse esto?" (Juan 3:9) Las palabras de Nicodemo resuenan con la confusión e incertidumbre que el pueblo judío estaba sintiendo mientras Jesús les hablaba.
Sin embargo, en ese momento, algo sucede. Algo pasa en el lugar, cuando Jesús dice las siguientes palabras: "Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que yo soy, y que nada hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo. Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada." (Juan 8:28-29) En el momento que Jesús dice estas palabras, el Espíritu de Dios se mueve, y aquellos que, en el versículo 27, no entendían lo que Jesús hablaba, de repente parecen creer. (Juan 8:30) Y no eran pocos los que declararon fe en Jesús en esta ocasión, sino que leemos que al oír estas palabras "muchos creyeron en él."
Ahora quiero que piense qué haríamos muchos de nosotros, si durante una predicación difícil, en la cual la gente no parece responder bien, o captar el mensaje, el Espíritu hace algo y repentinamente muchos manifiestan fe en Jesús. Seguramente consideraríamos eso una gran victoria, ¿si o no? Sin embargo, esta no era la primera vez que esto sucedía en el ministerio de Jesús, por lo que leemos en Juan 2, que "Estando en Jerusalén en la fiesta de la pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo las señales que hacía. Pero Jesús mismo no se fiaba de ellos, porque conocía a todos, y no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio del hombre, pues él sabía lo que había en el hombre." (Juan 2:23-25)
Por lo que Jesús no consideraba la respuesta positiva de las masas -ni las declaraciones de fe que la gente diese en la emoción del momento, al ver todo lo que pasaba cuando Jesús estaba en el lugar- como algo confiable sobre lo cual trabajar, sino que Él sabía muy claramente que la gente creía de distintas maneras, y por distintos motivos, pero solo aquellos que estaban en el corazón del Padre para salvar -aquellos que pertenecían al Padre- recibirían la fe salvífica que viene como don de Dios, y todos los demás, simplemente mostrarían una fe intelectual, racional y humana, que no produciría salvación. (Juan 6:37; 8:47; 17:6; Efesios 2:8-9; Mateo 13:19-22)
Con este conocimiento, Jesucristo encara a aquellos que habían profesado fe en Él, y les da una enseñanza tan dura que pone de cabeza aquello que en el versículo 30 hubiese parecido un gran éxito evangelístico. La enseñanza que Jesús les expone es la misma que Juan el Bautista había enfáticamente repetido, cuando exhortaba a los fariseos, (Mateo 3:8; Lucas 3:8) y es la necesidad de regeneración en la salvación, pues Jesús les dice: "Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres." (Juan 8:31-32)
Es decir, estos nuevos creyentes sabrían si verdaderamente habían creído en Jesús, por medio de su perseverancia y su crecimiento en el conocimiento de la verdad. De la misma manera que en la parábola del sembrador muchos que reciben la Palabra, y al principio parecen creer, con el tiempo manifiestan lo contrario, estos nuevos discípulos tendrían seguridad de que realmente habían creído para salvación, si realmente perseveraban-fíjese qué común que es en la Biblia la doctrina de la evidencia de la salvación, durante la predicación del Evangelio, ojalá nunca hayamos perdido esta cualidad tan esencial en la evangelización.
Ahora, a los judíos, la idea de ser libres los pone incómodos, pues eso directamente atacaba la preeminencia judía de la que ellos se enorgullecían tanto. Para los judíos de aquella época, el ser judío era lo máximo a lo que un ser humano pudiese aspirar. Para ellos, en el mundo existía el judío, perteneciente a la nación escogida de Israel, heredero de las promesas y los pactos, y el resto del mundo.
El hecho de la esclavitud en Egipto y el cautiverio en Babilonia eran manchas en su historia, manchas que decidían negar. Por lo cual ellos dicen "nunca fuimos esclavos de nadie." (Juan 8:33) La declaración de Jesucristo de que Él los haría libres, era un golpe bajo a su orgullo racial. Sin embargo, Jesucristo no se detiene a debatir historia. Pues la libertad de la que Él les hablaba, era una libertad diferente. Una libertad muchísimo más costosa y mucho más difícil de conseguir. Esta libertad de la que Jesús les hablaba era imposible para ellos obtener por sus propios medios. (Marcos 10:26-27)
Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado. Y el esclavo no queda en la casa para siempre; el hijo sí queda para siempre. Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres. Sé que sois descendientes de Abraham; pero procuráis matarme, porque mi palabra no halla cabida en vosotros. (Juan 8:34-37)
Jesús los describe como pobres y miserables esclavos, que debían por ley natural obedecer al pecado, a no ser que el Hijo los liberase por el poder de Dios. La única forma en la que ellos iban a obtener libertad, era por Jesucristo, y nadie más. Cualquier otro intento era fútil, cualquier otro argumento sería estúpido, y toda justicia humana despreciada delante de Dios al juzgarlos Él bajo Su absoluta justicia y santidad. Jesús les presenta una salvación imposible a no ser por medio de Él.
Ahora, recuerde que Jesús está hablándoles a supuestos creyentes. Y aquí vemos el peligro de declarar salvos a aquellos que simplemente han hecho una declaración de fe, pues algo importante que vemos aquí, es que estos que habían creído, aún no podían recibir las palabras de Jesús. Y según la declaración del Salvador, la palabra de Jesús, aún no hallaba cabida en ellos. Sin embargo, el texto dice que muchos creyeron al escuchar sus palabras.
Aquí vemos la peligrosa realidad de pensar que todo aquel que declara fe en Jesús es salvo. Jesús no lo enseñó así. Y en este texto se ve exactamente el resultado de la verdadera predicación, que bajo el estándar humano, fue bastante indeseable.
Jesús continúa enseñándoles:
Vosotros hacéis las obras de vuestro padre. Entonces le dijeron: Nosotros no somos nacidos de fornicación; un padre tenemos, que es Dios. Jesús entonces les dijo: Si vuestro padre fuese Dios, ciertamente me amaríais; porque yo de Dios he salido, y he venido; pues no he venido de mí mismo, sino que él me envió.¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra. Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. El ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira. Y a mí, porque digo la verdad, no me creéis. ¿Quién de vosotros me redarguye de pecado? Pues si digo la verdad, ¿por qué vosotros no me creéis? El que es de Dios, las palabras de Dios oye; por esto no las oís vosotros, porque no sois de Dios. (Juan 8:41-47)
La evidencia con la que Jesús los confronta es la siguiente: Si realmente has creído, tal cambio tomará lugar en ti, que amarás a Jesucristo y te aferrarás a Él como tu única esperanza en esta vida y en la próxima, y si realmente has creído, oirás las palabras de Dios, y las obedecerás hasta el final; y si eso no pasa en tu vida, entonces no has creído, aunque digas lo contrario. Esta amonestación de Jesús generó tal reacción negativa en estos nuevos "creyentes," que al final, estos creyentes "Tomaron entonces piedras para arrojárselas; pero Jesús se escondió y salió del templo; y atravesando por en medio de ellos, se fue." (Juan 8:59)
Piense entonces en esto, mi amado hermano: si Jesús hubiese querido ser "exitoso" en su predicación, según nuestros criterios modernos de éxito ministerial, se hubiese conformado con la declaración de fe inicial de estos judíos, y los hubiese abrazado como discípulos suyos sin decir más nada. Sin embargo, los números nunca fueron importantes para Cristo. Lo que sí era importante para el Señor, era la verdadera conversión. ¿Qué es lo más importante para nosotros? ¿Deseamos genuina conversión, tanto para nosotros como para nuestros oyentes? ¿Nos importa la regeneración del alma? Pues si es así, entonces nuestro mensaje fácilmente se ajustará al patrón revelado en las Escrituras. Si nuestro patrón de predicación no se ajusta a esto, entonces es posible que estemos anhelando los objetivos incorrectos.
LA PREDICACIÓN APOSTÓLICA
Luego de que el Espíritu Santo desciende con poder sobre la Iglesia, la Biblia cuenta que habían muchísimos judíos presentes en Jerusalén en esos días, que habiendo nacido y sido criados desde pequeños en otros países, hablaban otros idiomas. Ellos oían a los apóstoles predicar las bondades de Dios en sus idiomas natales, pues el Espíritu Santo capacitaba a los suyos a hablar en otras lenguas.
El gentío se amontonó alrededor de ese aposento, pues lo que estaban presenciando no era algo de todos los días. Y Pedro, aprovechando la oportunidad, inspirado por el Espíritu Santo, y en obediencia al mandamiento de Jesucristo, toma la palabra y se pone a predicarles acerca de la promesa de redención hecha por los profetas al pueblo de Israel. Al final, Pedro termina con esta amonestación:
A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís. Porque David no subió a los cielos; pero él mismo dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, Hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies. Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo." (Hechos 2:32-36)
Aquí vemos a Pedro hablando vehementemente al pueblo de Israel, exhortándolos a creer, y extendiéndoles la invitación de Dios para salvación. Algo que no vemoses a Pedro diciendo: "Ahora, ¿cuántos querrían aceptar a Jesús en su corazón como salvador? Ahí hay una mano, veo otra mano por allá, otra más allá... bien, los que tienen su mano en alto, pasen al frente y repitan esta oración." Sino que vemos a Pedro, declarándoles una verdad que era inmutable, la acepten ellos o no: "Este Jesús, a quien vosotros crucificasteis, ha sido hecho por Dios Señor y Cristo." Ahora, veamos la invitación de Pedro, y comparémosla con la invitación que nosotros muchas veces extendemos:
Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare. Y con otras muchas palabras testificaba y les exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa generación. Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas. Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones." (Hechos 2:37-42)
Note que no hubo manipulación psicológica, sino un mensaje que expuso el pecado de las masas, y los puso delante de Dios, condenados en sus pecados. Y cuando la gente, por milagro divino, responde positivamente, Pedro simplemente les manda arrepentirse y creer. Mire usted la autoridad con la que los apóstoles predicaban. No hubo invitación, no hubo manipulación de emociones, no hubo música, ni profesionalismo, ni bonita ondulación de la voz, ni chistes, ni historia trágica. No había nada más que una verdad eminente y una orden imperante: "Jesucristo ya ha sido declarado por Dios Señor y Salvador del mundo. Ahora, pecador, ¡arrepiéntete!"
¿Qué respuesta produjo eso? En un día, más de 3000 personas se añadieron a la Iglesia. No solo que se añadieron a la Iglesia, sino que perseveraban en la doctrina y en la comunión de la Iglesia. Ahora, este es el modelo de una campaña evangelística apostólica. ¿Por qué ellos predicaban el Evangelio de esta manera? Porque ellos habían aprendido de Jesucristo mismo. ¿De quién aprendimos nosotros? Obviamente no de Cristo, de otro modo usaríamos el mismo sistema que los apóstoles usaron.
CHARLES FINNEY Y LA SALVACIÓN INSTANTÁNEA
Es interesante notar que antes del 1900, solo un 10% de evangélicos decía haberse convertido en el altar. La razón de esto era que antes, ningún pastor daría seguridad de salvación a un pecador por haber repetido una oración en un altar.
Una encuesta hecha en los Estados Unidos en el año 1990, reveló que un 74% de la población decía haber tenido algún tipo de experiencia de conversión, y 90% de estos declaraban ser cristianos nacidos de nuevo.
Esto no debería asombrarnos, ya que desde hace mucho tiempo ya, la forma de presentar el Evangelio permite este tipo de noción equívoca de la salvación, pues los más grandes evangelistas de nuestra época presentan el Evangelio de Cristo de tal manera que un pecador se convierte en cristiano repitiendo una oración en un altar, al responder a un llamado en una campaña. El resultado de este tipo de evangelismo es claro: por un lado tenemos casi un 90% de "apostasía"-si se pudiese llamar así-entre todos aquellos que dicen haber aceptado a Cristo en su corazón; y por otro lado, tenemos a aquellos que han permanecido, viviendo en completa carnalidad, sin jamás ver evidencia de su salvación, pues nadie les explicó que tal cosa siquiera existía. Sin embargo, como se predica que una persona nace de nuevo al repetir una oración, tenemos que decir que estos son cristianos. Pues si no lo son, significa que verdaderamente la oración en el altar no salva. Sin embargo, la promesa de que han nacido de nuevo, y de que sus nombres quedaron escritos, en ese instante, en el Libro de la Vida, está presente en la mayoría de los llamados evangelísticos de hoy.
Si miramos un poco en la historia de la Iglesia, veremos que el último gran evangelista en utilizar evangelismo sólido y bíblico fue D. L. Moody. Moody decía que el sermón era el preludio a lo que pasaría luego de la reunión, donde él se dedicaba a atender a todos aquellos que habían respondido a la predicación. No había atajo en esto, ni se trataba de concertar la salvación del pecador en pocos minutos, sino que el evangelista se tomaría el tiempo necesario con cada uno de ellos. El llamado al altar del siglo XIX jamás prometía salvación al que respondiese, sino que simplemente era una invitación a todos aquellos interesados, a acercarse al "salón de consultas," donde un grupo de consejeros entrenados atenderían cada caso y responderían preguntas, guiando al pecador con las Escrituras, a entender el mensaje del Evangelio.
Sin embargo todo esto estaba por cambiar, a medida que los predicadores y evangelistas en sus ansias de acelerar el asunto, comenzaran a implementar otros métodos que no se encontraban en la Biblia. Charles Finney fue uno de ellos. Con la intención de combatir la tibieza de la Iglesia, y de promover conversión, Charles Finney instauró la decisión instantánea en la salvación. Cierta vez, se le pidió a Finney que predicase en dos pequeños pueblos en Nueva York, y fue en uno de esos pueblos-Evan Mills, que Finney dijo lo siguiente:
Ahora debo conocer vuestras mentes, y quiero que todos los que os den vuestra promesa de hacer las paces con Dios de inmediato, se levanten; todos los que decidieron no ser cristianos y desean que yo lo entienda así y que Cristo lo entienda así, permanezcan sentados.
Esto tomó a la congregación por sorpresa, ya que evidentemente no estaban acostumbrados a tener que hacer una profesión de fe instantánea. Los congregantes se miraron unos a otros, todos se quedaron quietos, sin saber bien qué hacer, y ninguno se puso en pié. Entonces Finney respondió con enojo:
Entonces usted está comprometido. Usted ha tomado su posición. Ha rechazado a Cristo y a su evangelio. Usted podrá recordar siempre mientras viva, que hoy se ha manifestado públicamente en contra del Salvador.
Con esto, Finney terminó la reunión. La congregación se retiró confundida, sin entender lo que había pasado. Algunos se retiraron enojados, otros avergonzados. Sin embargo, un diácono de la Iglesia le dijo al Reverendo: "Hermano Finney, los tienes. No pueden descansar bajo esta carga. Usted verá los resultados." En las reuniones siguientes, al repetir Finney la misma invitación a hacer una declaración pública de fe, más por miedo que por fe genuina, la gente saltaba de sus asientos y corría al altar. El ministerio de Finney continuó de esta manera por muchos años. Finney obviamente no entendía la salvación. Finney negaba la doctrina del pecado original -la depravación total- y negaba que la salvación fuese una obra soberana de Dios, sino que él mismo llegó a decir que la salvación era una obra del hombre. La salvación, mi hermano, por la cual -según la Biblia- Dios resucita al muerto en delitos y pecados a la vida del Espíritu, (Efesios 2:5) haciéndolo renacer, (Juan 3:3) y dándole fe para creer y ser salvo, (Efesios 2:8-9) ¡era obra del hombre!
Esto pone en cuestión toda la teología de Finney, ya que si somos salvos por gracia, y no por obras, ¿cómo es entonces la salvación una obra humana? Sin embargo, eso es exactamente lo que Finney predicaba -y nosotros hoy, hemos copiado sus métodos.
Muchos años después, luego de haber orquestado lo que se conoce hoy como el Segundo Gran Avivamiento de los Estados Unidos -pues como todos sabemos, gente emocionada corriendo por los miles a un altar significa avivamiento- al final de su vida, reflexionando sobre el resultado que su evangelismo había producido, dijo lo siguiente:
Yo era a menudo instrumental en traer a cristianos bajo gran convicción, y bajo un estado del arrepentimiento y de la fe temporales.... pero fallando a instarlos hasta el punto donde se familiarizarían tanto con Cristo como para permanecer en él, por supuesto, pronto recaerían en su estado anterior. (Citado en B. B. Warfield, estudios en perfeccionismo, 2 vols. (Nueva York: Oxford, 1932), 2:24)
Es tan interesante cuando consideramos que Charles Finney, quien alardeó de ser instrumento divino de avivamiento, y quien dijo más de una vez que los miles y miles que tomaban decisiones por Cristo en sus campañas eran la respuesta de Dios a la Iglesia, al final de su vida reflexiona y dice que la mayoría de estos supuestos conversos eran una vergüenza y una desgracia a la religión, ya que vivían en completa carnalidad y pecado, pese a haber hecho declaraciones públicas de fe.
¿Pero acaso no fue Finney mismo, quien dijo que quien no decidiera instantáneamente, se habría declarado enemigo de Dios, y que solo aquel que demostrara una profesión instantánea y decidida tendría parte con Cristo? Incluso durante el así llamado "avivamiento" de Finney, James E. Johnson, uno de los obreros que trabajó con él en sus campañas, luego de años de labor, le escribió una carta al Reverendo, en el año 1834, en la que le decía:
Echemos un vistazo a los campos en los que usted y otros y yo hemos trabajado como ministros de avivamiento, y ¿cuál es ahora su estado moral? ¿Cuál era su estado dentro de tres meses de haberlos dejado? He visitado y revisitado muchos de estos campos, y gimió mi espíritu al ver el triste, gélido, carnal y contencioso estado en el que las iglesias han caído-y en el que cayeron muy pronto después de nuestra primera salida de entre ellos.
Finney mismo terminó su carrera repudiando los métodos evangelísticos que él mismo había utilizado, diciendo que solo habían producido fe temporal, o decisiones de fe sin fundamento, y vidas carnales, que habían dañado grandemente a la Iglesia. Sin embargo, para el final de la vida de Finney, el tipo de evangelismo que él había traído a la Iglesia estaba en camino a convertirse dogmareligioso, y la Iglesia, lejos de repudiar el sistema, lo abrazó como si fuese la Biblia misma. ¿La razón? Que da resultados rápidos. Da el tipo de resultados que todos queremos ver: que la semilla sembrada germina y florece rápidamente ante nuestros ojos. Sin embargo, recordemos que Jesús nos advirtió contra este tipo de métodos, cuando en la parábola del sembrador, enseñó:
Parte cayó en pedregales, donde no había mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra; pero salido el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó (Mateo 13:5-6).
Es decir, que muchos que vemos hoy en el altar, emocionados, compungidos, repitiendo "la oración," y "aceptando al Señor," dentro de poco se habrán marchitado en su fe, y habrán retrocedido, pues su fe era simplemente intelectual, y no salvífica. Era fe emocional y no real. Era fe humana y no divina.
La historia no termina allí, sino que tiempo después, otro hombre más vendría con gran elocuencia y carisma, utilizando y "perfeccionando" el método de Charles Finney. Este hombre fue Billy Sunday, padre de la "oración del pecador," quien cambió para siempre la idea de evangelismo en la Iglesia. Él eliminó completamente el salón de consultas-previamente empleado por Moody-y se deshizo de toda la enseñanza previa a la conversión, declarando convertidos a todos aquellos que pasaran al altar y repitieran una oración.
Más tarde, para acelerar el trámite aún más, Sunday llamaba a aquellos que deseaban decidirse por Cristo a simplemente pasar al frente, y estrechar la mano del predicador en señal de fe y compromiso. Así se podría lograr "lo mismo," sin necesidad de perder tiempo con la oración. Sunday predicó en una ocasión:
Algunas personas piensan que no pueden convertirse a menos que se arrodillen en la paja en una reunión de campamento, a menos que recen todas las horas de la noche, y todas las noches de la semana, mientras un viejo hermano desata tormenta en el cielo en oración. Algunos piensan que un hombre debe perder el sueño, debe bajar por el pasillo con una mirada demacrada, y debe espumar por la boca y bailar y gritar. Algunos lo consiguen de esa manera, y no piensan que el trabajo que yo hago es genuino a menos que se hagan las conversiones de la misma manera que ellos han entendido la religión.
Quiero que veas lo que Dios puso en blanco y negro; que puede haber una conversión sonora y exhaustiva en un instante; que el hombre se puede convertir en silencio como la llegada del día y nunca se deslice. No me parece culpa de la forma en que otras personas entienden la religión. Lo que quiero y predico es el hecho de que un hombre puede convertirse sin ningún alboroto.
A lo que Sunday se refería por alboroto, y que muy erróneamente describió, era el proceso por el que una persona buscaba a Dios con ansias y desesperación, el duro proceso llamado regeneración, por el cual un pecador es transformado en su interior y se rinde totalmente a Cristo. Usted me dirá, ¿pero acaso Saulo de Tarso no se convirtió en un instante, durante su encuentro con Jesús? La respuesta es: no. El futuro apóstol Pablo tuvo un encuentro impactante con el Señor, y luego de eso, fue a Damasco y allí oró y ayunó por tres días, (Hechos 9:9, 11) tiempo en el cual Dios trabajó en ese corazón, derribando a Saulo, y forzándolo a sus rodillas, hasta que Ananías vino, le expuso el Evangelio, y Saulo se arrepintió, entregándose a Cristo de todo corazón. Sin regeneración previa, mi hermano, no hay salvación.
Sin embargo, Billy Sunday creyó poder producir salvación sin pasar por todo ese proceso. La esposa de Sunday alardeó de que su marido había logrado simplificar tanto la salvación, que ya no había necesidad de tener salones de consultas. Esto es tan diferente a la forma de predicación de Jesucristo, de los apóstoles, los Reformadores, los Puritanos, y aquellos evangelistas de los que realmente vale la pena aprender. Uno de ellos, George Withfield, predicó lo siguiente, enseñando la regeneración en la salvación:
Aunque no hubiese ninguna otra recompensa que asistiese a una conversión exhaustiva, que la paz de Dios, que es la consecuencia inevitable de la misma, y que, incluso en esta vida, "sobrepasa todo entendimiento," tendríamos ya gran razón para regocijarnos. Pero cuando consideramos, que esta es la menor de esas misericordias que Dios ha preparado para los que están en Cristo, y se convierten en nuevas criaturas; que, esto no es más que el comienzo de una sucesión eterna de placeres; que el día de nuestras muertes, del que el pecador inconverso y no renovado debe tener tanto pavor, será, por así decirlo, el primer día de nuestros nuevos nacimientos, y abierta será a nosotros una escena eterna de felicidad y consuelo; en resumen, si recordamos, que los que son regenerados y nacidos de nuevo, tienen un título real en todas las promesas gloriosas del Evangelio, y están infaliblemente seguros de ser tan felices, tanto aquí como en el más allá, como un Dios sabio, misericordioso y Todopoderoso puede hacerlos; me parece, que cada uno que tenga la menor preocupación por la salvación de su alma preciosa e inmortal, teniendo tales promesas, tal esperanza, de una eternidad de la felicidad puesta delante de él, nunca debe cesar de velar, orar y esforzarse, hasta que encuentre en su interior, el verdadero cambio de salvación forjado en su corazón, por el cual puede saber que verdaderamente habita en Cristo, y Cristo en él; que es una criatura nueva, por lo tanto, un hijo de Dios; que él ya es un heredero, y será antes de tiempo un poseedor real del Reino de los cielos. (George Withfield, "la regeneración")
Esta era la forma en la que el Evangelio se predicaba antiguamente. No existía la oración mágica que instantáneamente transforma a un pecador enemigo de Dios en un cristiano nacido de nuevo, y jamás se le daría garantía de salvación a una persona que no hubiese demostrado evidencia de la misma. Johathan Edwards, George Withfield, John Wesley, George Spurgeon, y D. L. Moody jamás prometían salvación a aquellos que se acercaban al altar. La razón era simple, ellos simplemente no sabían quiénes habían sido salvos, o si alguno había sido salvo ese día.
Por esta razón es que Withfield escribió en el texto arriba citado, que aquel que anhela la salvación de su alma "nunca debe cesar de velar, orar y esforzarse, hasta que encuentre en su interior, el verdadero cambio de salvación forjado en su corazón, por el cual puede saber que verdaderamente habita en Cristo, y Cristo en él."
La Seguridad de la Salvación no viene por haber repetido una oración frente a un altar iluminado, con música de fondo y gente emocionada llorando. La Seguridad de la Salvación viene por medio de la Evidencia de la Salvación, y la Evidencia de la Salvación es que "nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor." (2 Corintios 3:18)
Si no estamos siendo transformados en la misma imagen de nuestro Señor, simplemente no hemos sido salvos, pues ese es el propósito mismo de la salvación. "Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo." (Romanos 8:29) Si no estoy siendo conformado a la imagen del Hijo de Dios, lo que debería ser visible a todos, entonces simplemente no tengo evidencia alguna de estar en Él.