Métodos mundanos de evangelización (Introducción)

Sus sacerdotes violaron mi ley, y contaminaron mis santuarios; entre lo santo y lo profano no hicieron diferencia, ni distinguieron entre inmundo y limpio; y de mis días de reposo apartaron sus ojos, y yo he sido profanado en medio de ellos. (Ezequiel 22:26)
EL EVANGELISMO MODERNO Y SUS CONNOTACIONES NEGATIVAS
En la sección anterior, he expuesto brevemente parte de la problemática en el liderazgo de la Iglesia moderna, cuyas prioridades, en muchos casos, no son lo que deberían ser. Esto ha terminado dando nacimiento a ciertas herejías, que han generado muchas controversias en la Iglesia, y han dividido la doctrina cristiana de tal manera, que parecería que hoy ya no hay una norma a seguir cuando se trata de interpretar las Escrituras, sino que cualquiera puede hacer lo que quiera con ellas, inventando cualquier doctrina que crean conveniente inventar.
Hoy en la Iglesia, vemos nuevamente el mismo fenómeno de anarquía y desorden que la Biblia describe de Israel en el tiempo de los jueces, cuando dice que "En aquellos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía," (Jueces 17:6) pues la Iglesia de Jesucristo efectivamente se conduce como si no hubiese un Rey sobre ella, y como si Cristo jamás le hubiese dado una ley que obedecer.
Y es por eso que hoy, en un ansia frenético por llenar templos, se hace lo que haga falta hacer para atraer gente, incluso cuando lo que hace falta hacer en muchos casos, es negar la revelación de la Palabra de Dios. Pareciera ser que para la Iglesia de hoy, lo que vemos en el libro de los Hechos, no es más que una descripción histórica de algo que pasó en una época determinada, en los comienzos de la Iglesia, y que no tiene ninguna relación con nuestra vida hoy, sino que, de alguna manera, nos hemos sentido en libertad de cambiar los métodos establecidos en las Escrituras, y hemos así modernizado nuestra forma de predicación, para hacer del Evangelio algo más apetecible, accesible y hasta amigable para el pecador en su pecado.
Hoy en día, con el fin de atraer gente a nuestras actividades, hacemos cosas que se asemejan más al entretenimiento mundano, que a una convocatoria santa, lo que demuestra que la Iglesia ha perdido ya su identidad de Iglesia. Todo lo que vemos en el mundo, lo adaptamos de alguna manera, y lo empleamos como un "método aceptable" de evangelismo. No solamente que copiamos las cosas que vemos en el mundo, sino que las introducimos en la Iglesia, y las enseñamos como "estrategias espirituales", aunque solo sean estrategias de marketing.
Ahora, mi amado hermano, preste atención a esto: Si lo que dijo el apóstol Juan es verdad, y "el mundo entero está bajo el maligno," (1 Juan 5:19) entonces deberíamos concluir que todo lo que vemos afuera viene solamente por inspiración satánica y no divina: las modas, la música, los programas televisivos, la educación, la filosofía, la ciencia, absolutamente todo.
No debería sorprendernos entonces, que Jesús haya dicho: "Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece." (Juan 15:19) Es decir, la Iglesia no esparte del mundo, pues la Iglesia es un pueblo redimido por Jesucristo, mientras que el mundo entero está bajo Satanás.
Ahora, si de todo lo que nos rodea en esta sociedad, no hay nada que no esté bajo el maligno, entonces quisiera hacerle una pregunta, ¿cómo es que consideramos a Satanás una fuente válida de ideas para evangelizar el mundo? ¿Cómo es que copiamos y adaptamos todo aquello que Satanás mismo ha inspirado, con la sola intención de destruir y degradar más a la sociedad? ¿Desde cuándo nuestro sentido común nos dice que esta es una forma sabia de proceder?
Lamentablemente, muchos de nuestros métodos evangelísticos son más satánicos que bíblicos, pues se amoldan más a las modas mundanas, inspiradas por Satanás, que al estándar establecido en la Palabra de Dios. ¿Sabe qué es lo peor de todo esto? Que le damos al mundo una razón de ridiculizar los caminos santos de Dios, pues nosotros mismos, en nombre de Dios, blasfemamos Su misma santidad. Sería mucho más sencillo, si pudiésemos mantener en nuestra vida-y en nuestro ministerio-la entereza de Jesucristo en la sinagoga de Capernaum cuando, luego de haberles expuesto la verdad de Dios a todos los presentes, por causa de la dureza del mensaje "muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él", por lo que "dijo entonces Jesús a los doce: ¿Queréis acaso iros también vosotros?" (Juan 6:66-67) Fíjese que Jesucristo no tenía ningún problema si la congregación se levantaba y se iba. Algo que sería útil para tantos pastores de hoy recordar.
Ahora, veamos un poco el trasfondo en que Jesús habló estas palabras, pues creo que en esta escena bíblica hay un mundo de verdades, que deberíamos recordar. El episodio al que me estoy refiriendo es el que encontramos en el evangelio de Juan, capítulo 6. Este pasaje comienza relatando la alimentación de los cinco mil, y dice así:
Después de esto, Jesús fue al otro lado del mar de Galilea, el de Tiberias. Y le seguía gran multitud, porque veían las señales que hacía en los enfermos. Entonces subió Jesús a un monte, y se sentó allí con sus discípulos. Y estaba cerca la pascua, la fiesta de los judíos. Cuando alzó Jesús los ojos, y vio que había venido a él gran multitud, dijo a Felipe: ¿De dónde compraremos pan para que coman éstos? Pero esto decía para probarle; porque él sabía lo que había de hacer (Juan 6:1-6)
Creo que todos conocemos la historia, pero quiero enfocarme en algo que vale la pena recalcar, y es lo siguiente: según los métodos modernos de predicación, esta sería la situación ideal para una campaña evangelística. Primero, porque había una gran multitud de gente dispuesta a seguir a Jesús, pues Él estaba haciendo muchas señales, y sanando a muchos enfermos. Así que la gente estaba dispuesta a escuchar a Jesús. Segundo, porque "estaba cerca la pascua, la fiesta de los judíos," así que había un importante movimiento de gente, lo que le permitía a Jesús un escenario grande, para alcanzar almas que luego de las fiestas volverían a sus casas "llevando el fuego" a sus ciudades. Tercero, porque en medio de un lugar desierto e inhóspito, como lo es un monte, Jesucristo decide milagrosamente alimentar a una multitud de más de cinco mil, demostrando que realmente valía la pena seguirlo a Él, puesto que Jesús tiene el poder para suplir todas las necesidades humanas, y en esta ocasión, lo demostró de la manera más práctica posible. Las condiciones dadas eran perfectas para una predicación evangelística de las nuestras.
Ahora, uno esperaría entonces, que Jesús utilizara todo esto para convencer a la gente, apelando a las emociones, y lograr así que su puñado de discípulos se convirtiese en una mega-iglesia. Pero el sermón que Jesucristo les predica después de esto, no es lo que nosotros consideraríamos un mensaje evangelístico exitoso.
Lo invito a que se tome unos momentos para leer detenidamente el sermón que el Señor le predica a esta multitud, en la sinagoga de Capernaum (Juan 6:25-71), y a que piense por un momento en la dureza del mensaje que Jesús les anunció. Pues Jesús le presentó a esa multitud un plan de salvación muy selectivo y limitado, repitiendo a lo largo de su discurso cosas como: "Ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre," (Juan 6:65) mostrándoles claramente que la salvación de sus almas no dependía de ellos, ni de la voluntad del hombre, ni de una decisión a ser salvo, sino del llamamiento soberano de Dios, por medio del cual Dios trae a aquellos que Él desea a los pies de Jesucristo y les imparte fe al corazón para que crean y hallen salvación. Este tipo de predicación no sería bien recibido en muchas de nuestras iglesias hoy.
En este sermón, Jesús les dijo cosas como: "Ninguno puede venir a mí, si el Padreque me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero," (Juan 6:44) mostrándoles la absoluta soberanía de Dios en la salvación, y el infalible poder de Jesucristo para salvar a todos aquellos que el Padre determine salvar. Y otra vez: "Escrito está en los profetas: Y serán todos enseñados por Dios. Así que, todo aquel que oyó al Padre, y aprendió de él, viene a mí," (Juan 6:45) es decir, que cualquiera que no responde al llamado de Jesucristo, es porque el Padre simplemente no ha obrado regeneración en su corazón, de otro modo el individuo indudablemente vendría a Jesús.
Hay una acción del Padre, que resulta en la salvación del alma, y esa es la acción de darle al Hijo (traer, atraer, arrastrar hacia el Hijo) aquellos que han de ser salvos. Si el Padre no le da cierta persona al Hijo para salvar, la persona no puede venir. Le es imposible a la persona venir por méritos propios. El hombre no desea a Dios. El hombre está alienado de Dios por voluntad propia, porque todo el que hacer pecado es esclavo del pecado, y porque todo el que hace cosas malas odiala Luz y no viene a la Luz, sin importar cuando necesite venir a la Luz (Juan 3:20).
Pero ahora, todos aquellos que el Padre si le da al Hijo para redimir, indudablemente son salvados. En Cristo son justificados, reciben el Espíritu Santo que los santifica y los guía en la vida cristiana, y la obra que el Padre comienza ese día, la continúa hasta el final (Filipenses 1:6), de modo que Cristo puede decir que todos los que le son dados del Padre, son resucitados en el día postrero. Todo ese grupo es salvo. Ninguno se queda en el camino para nunca volver; sino que, estando la simiente del Padre en ellos, el Espíritu Santo los impulsará a vivir para Cristo.
Esto resalta nuevamente la doctrina de la soberanía de Dios en la salvación del hombre, algo que la mente humana constantemente rechaza, pues queremos estar en control de nuestra vida y de nuestra eternidad. Pero Jesús no temió decirles la verdad, y la verdad es que no tenemos control sobre ninguna de estas cosas. No tenemos control sobre nuestro nacimiento, ni sobre nuestra vida, ni sobre nuestra muerte, ni sobre dónde pasaremos el resto de la eternidad, sino que todo depende de Dios. En este sermón Jesús le dijo a toda esa multitud de nuevos seguidores suyos: "No que alguno haya visto al Padre, sino aquel que vino de Dios; éste ha visto al Padre," (Juan 6:46) presentándose a sí mismo como el eterno Hijo de Dios, lo que no sentaría muy bien en la mente de ningún ser humano, ya que nos arrogamos el derecho de solo "aceptar" la deidad y la autoridad de Jesucristo, cuando nosotros nos sentimos listos para hacerlo, y no antes.
Y para el final de su sermón, Jesús agrega: "De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna. Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto, y murieron. Este es el pan que desciende del cielo, para que el que de él come, no muera. Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo," (Juan 6:47-51) nuevamente presentándose a sí mismo como el único camino al Padre, y como la única forma de salvación dada por Dios a los hombres, descartando así cualquier otra forma de salvación y de comunión con Dios, fuera de sí mismo.
Ahora, piense por un momento en lo siguiente: ¿Cómo reaccionaría la mayoría de la gente que usted conoce, si usted le predicara este mensaje de Jesús? Es muy probable que lo único que reciba de la gente sea el rechazo, ya que las mayorías no querrán a un salvador así.
Este sermón de Jesucristo, en nuestra sociedad, se consideraría intolerable, exclusivista y extremista. ¿Pero sabe qué? En la sociedad a la que este mensaje fue predicado, también fue considerado inaceptable, pues la respuesta a este mensaje de Jesucristo, fue las espaldas de muchos que antes lo habían seguido, y que al oír un mensaje tan absolutista, tan angosto, y tan cerrado, se volvieron atrás y no quisieron seguir más a Cristo. Aquél que antes había sido una figura de inspiración, de fe, de milagros, de sanidad y de enseñanza, ahora se había vuelto, en sus mismos ojos, un lunático que no merecía más de su atención.
Sin embargo, fíjese que Jesús jamás cambió su mensaje. Por duro que el mensaje fuese, Él jamás lo adaptó a las masas, ni intentó predicarles algo que la mayoría pudiese aceptar más fácilmente, sino que Él podía pararse con autoridad y decir: "las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida." (Juan 6:63) Porque seguramente que otros vendrían predicando cosas distintas. Muchos otros traerían otras formas de salvación. Habrían muchísimos que vendrían, aparentemente "de parte de Dios", presentando un mensaje que no se amoldaría en lo más mínimo al estándar de predicación de Jesucristo, sin embargo Jesús advierte "las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida."
A lo largo de la historia, todos aquellos que han abrazado la Palabra de Dios, y que han vivido por ella, no fueron avergonzados jamás. Pues la promesa divina lo dice: "No serán avergonzados en el mal tiempo, y en los días de hambre serán saciados." (Salmos 37:19)
Y mientras la Iglesia se aferró a las palabras de Jesús y a la guía absoluta del Espíritu Santo, la Iglesia floreció y triunfó en todos los frentes, pues Jesús mismo ha prometido: "Edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella." (Mateo 16:18)
¿Pero qué pasa cuando, en la Iglesia, las Escrituras pierden su autoridad, y el pueblo comienza a andar por otros caminos, obedeciendo otros puntos de vista, aparte de la Biblia? ¿Qué pasa cuando Aristóteles, Platón, Sócrates, Marx, Darwin, Gandhi, Freud y tantos otros, toman el lugar de Jesucristo, como maestro de la Iglesia? ¿O cuando permitimos que estos "apóstoles" y "profetas" de hoy, nos den "palabra de Dios" en vez de permitir que las Sagradas Escrituras guíen nuestro andar? ¿Qué pasa cuando la Iglesia decide servir a dos señores?
Bueno, el resultado de esta mezcla de ideologías, resulta en algo tan repugnante y tan odioso a los ojos del Maestro, que cuando Él tiene que describir a la Iglesia tal como la ve, le dice: "Tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo." (Apocalipsis 3:17) Y aquí hallamos dos opiniones tan dramáticamente opuestas. Por un lado, tenemos la opinión de la Iglesia: "Soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad"-es decir, tenemos recursos, tenemos técnicas, tenemos sabiduría, tenemos más conocimiento y más información que todas las generaciones que nos precedieron juntas, de modo que no tenemos necesidad de nada, pues todo lo que queremos, lo logramos, de una forma o de otra. Y por el otro lado, tenemos la opinión de Jesucristo: "Eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo."
Desventurado, pues no hay peor desventura que haber abandonado voluntariamente aquellas que debían haber sido para nosotros palabras de espíritu y de vida, y porque "Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová." (Jeremías 17:5) De la misma manera, maldita la iglesia que, poniendo de lado los preceptos santos del Señor, adopta métodos mundanos, para intentar lograr aquello que solamente el poder de Dios puede lograr;
Miserable, "Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua," (Jeremías 2:13) y cuán miserable es aquél pueblo sediento, que al correr a sus cisternas, las encuentra vacías, y ya ni recuerda dónde se hallaba la verdadera fuente de agua viva que solía saciar su alma;
Pobre, pues han abandonado el temor de Jehová, y el conocimiento del Santísimo que era su verdadera riqueza, (Proverbios 9:10) "porque su ganancia es mejor que la ganancia de la plata, y sus frutos más que el oro fino," (Proverbios 3:14) y porque "mejor me es la ley de tu boca que millares de oro y plata," (Salmo 119:72) de manera que, si la Iglesia cambia su riqueza, por bienes terrenales, ¡cuán pobre será hallada al final!;
Ciego, porque si "Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino," (Salmos 119:105) entonces cuán desdichado será aquel que abandona la luz que debía guiarlo en su peregrinaje terrenal, pues ahora, habiendo abandonado la fuente de iluminación y sabiduría que nos había sido dada por Dios, "Palpamos la pared como ciegos, y andamos a tientas como sin ojos; tropezamos a mediodía como de noche; estamos en lugares oscuros como muertos;" (Isaías 59:10)
Y desnudo, porque la Iglesia ha desechado el vestido de la salvación y ha preferido delantales de hojas, y porque ha abandonado el pacto sacerdotal al que había sido llamada, pues "vestiré de salvación a sus sacerdotes, y sus santos darán voces de júbilo." (Salmo 132:16)
Entonces, la realidad que vemos en nuestras iglesias hoy, es el resultado directo de un abandono absoluto de las Escrituras y de un reemplazo de la revelación divina por otras cosas que nos resultaron más atractivas y más dulces que la voz de nuestro Amado, que nos exhortaba a ser sus portavoces y a enarbolar con orgullo el honor de haber sido escogidos por Él, de en medio de un mundo de horror, de anarquía y de oscuridad, para brillar la luz del Reino de Dios.
Hoy la Iglesia no tiene nada de qué gloriarse, sino que debería arrojarse de cabeza al suelo, en polvo y ceniza, clamando "¡Indigna! ¡Indigna!", como lo declaró el profeta Jeremías tantos siglos atrás: "Mira, oh Jehová, estoy atribulada, mis entrañas hierven. Mi corazón se trastorna dentro de mí, porque me rebelé en gran manera. Por fuera hizo estragos la espada; por dentro señoreó la muerte." (Lamentaciones 1:20)
Preste atención a las Escrituras, mi amado hermano y entienda, que la razón por la que el hambre reinó dentro y la espada hizo estragos por fuera, es porque "me rebelé en gran manera." ¿Es que entonces no hay temor de Dios en Su Iglesia, que pensamos que podemos alardear de nuestra música, de nuestros equipos, de nuestras pantallas gigantes, de nuestras posesiones materiales, habiendo negado las Escrituras y habiéndole dado la espalda a nuestro Salvador?
El profeta Jeremías, viendo una situación de apostasía muy similar a la que estamos experimentando hoy en nuestras iglesias, en agonía de espíritu clamó, "¿Por qué nos estamos sentados? Reuníos, y entremos en las ciudades fortificadas, y perezcamos allí; porque Jehová nuestro Dios nos ha destinado a perecer, y nos ha dado a beber aguas de hiel, porque pecamos contra Jehová. Esperamos paz, y no hubo bien; día de curación, y he aquí turbación," (Jeremías 8:14-15) porque "Abrazaron el engaño, y no han querido volverse. Escuché y oí; no hablan rectamente, no hay hombre que se arrepienta de su mal, diciendo: ¿Qué he hecho? Cada cual se volvió a su propia carrera, como caballo que arremete con ímpetu a la batalla. Aun la cigüeña en el cielo conoce su tiempo, y la tórtola y la grulla y la golondrina guardan el tiempo de su venida; pero mi pueblo no conoce el juicio de Jehová. ¿Cómo decís: Nosotros somos sabios, y la ley de Jehová está con nosotros? Ciertamente la ha cambiado en mentira la pluma mentirosa de los escribas. Los sabios se avergonzaron, se espantaron y fueron consternados; he aquí que aborrecieron la palabra de Jehová; ¿y qué sabiduría tienen?" (Jeremías 8:5-9)
La rebelión de la Iglesia ha traído hambre, un hambre desesperada al pueblo de Dios, pues Dios no le hablará a un pueblo rebelde, quien teniendo en sus manos la Biblia, revelada por Dios, y manchada con la sangre de tantísimos mártires, ha decidido atrevida y testarudamente reemplazarla por el conocimiento humano, y han arremetido contra la revelación de las Escrituras como un saqueador arremetiendo contra su víctima. Y el hambre que existe dentro de la Iglesia, ha traído espada y destrucción allá afuera, porque "Si la sal se hiciere insípida, ¿con qué se sazonará? Ni para la tierra ni para el muladar es útil; la arrojan fuera." (Lucas 14:34-35) Y mucha Iglesia será arrojada fuera, pues "por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca." (Apocalipsis 3:16)